Los medios de comunicación locales son patrimonio de los territorios. Son su voz y, en muchos casos, la única voz que tienen.

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Con ésta son cien las veces que me he asomado a este Hoy por hoy de Ser Occidente. No está mal. Son más de dos años acudiendo a esta cita semanal y dándoles la paliza sobre temas variopintos, fundamentalmente políticos.

Pero hoy, no. Hoy quiero aprovechar este número redondo de colaboraciones para hablar de algo de lo que se habla poco. Para hablar de la importancia y la necesidad de los medios de comunicación locales o comarcales como es éste desde el que hablo ahora.

A lo largo de mi vida profesional, además de dedicarme al mundo del derecho, trabajé y colaboré durante muchos años en medios de ámbito nacional tanto de la prensa escrita como de la radio o la televisión, pero cuando, hace ya más de veinte años, vine a vivir a estas tierras, me di cuenta de que las inquietudes y los intereses de las gentes que conviven con nosotros quedaban lejos, entonces, no sólo de esos medios nacionales que yo conocía, sino incluso de los propios medios regionales que tenían aquí difusión. Es cierto que los medios regionales tienen hoy más cobertura.

Pero ello supondría, de no existir medios más próximos como éste, una pérdida irreparable de comunicación y de puesta en común tanto de problemas como de esperanzas.

Porque lo que sucede en realidad es que hay, por un lado, un desprecio hacia realidades que en muchos casos ni siquiera se comprenden y, por otro, un abandono por falta de rentabilidad de unas realidades que ni siquiera se cubren a través de medios públicos que vendrían obligados a ello.

Hace diecisiete años

En mi caso – y permítanme ustedes que ligue estas cien colaboraciones con mi propia experiencia – y llevado entre otros motivos por mi afición a estas cosas, me embarqué en un proyecto absolutamente descabellado. Hace ya casi diecisiete años creé y puse en Internet un periódico digital comarcal dedicado a ofrecer información de nuestros concejos. Diecisiete años. Cuando en estas tierras pensar en la fibra óptica  era como creer en la existencia de los unicornios. Cuando navegábamos a través de routers de 256 Kbps. De hecho, no existían entonces más que algunas ediciones digitales de los grandes medios.

Era, ciertamente, una locura pero estaba ya convencido – y lo sigo estando – de que era y es necesario poner lo local, la existencia de estas tierras y de sus gentes, en las redes globales si no queremos perder también esta batalla.

Era una locura, pero lo mantuve vivo hasta que entré en la política local. Pensé entonces que no parecía decente ser juez y parte y lo cerré hasta que, ya fuera de la política, lo recuperé convertido en un blog de opinión como es ahora Ecos del Occidente. Un blog que, gracias también a estas colaboraciones en Ser Occidente, busca muchas veces la temática comarcal y que, si me quedan tiempo y fuerzas, irá volviendo a sus orígenes para ofrecer información de nuestros concejos. De hecho, estamos a punto de abrir un espacio referido al concejo que tenemos más cerca, Vegadeo, para dar información y opinión específica del mismo y, posteriormente, iremos tratando de abrirlo a otros.

Una voz propia

Pero no pretendo centrarme en esto sino en la imperiosa necesidad que tenemos de hacer una defensa a ultranza de nuestros medios locales o comarcales, como éste desde el que les hablo. Se trata, la mayoría de las veces, de empeños personales o familiares, escasos de rentabilidad y con enormes dificultades pero que resultan imprescindibles, sobre todo en territorios tan periféricos y alejados de los centros de poder como es el nuestro.

El esfuerzo para mantenerse supone, a su vez, el mantenimiento de voces propias que nos ponen en comunicación entre nosotros y que nos dan cuenta de lo que nos sucede. Son medios que, en definitiva, dan razón de nosotros mismos y de la vida de nuestras comunidades. Es decir, que hablan de nosotros y con nosotros. Nos informan y nos escuchan. Nos dan la voz, la palabra y la oportunidad de opinar de forma plural.

Por eso son tan importantes. Por eso no podemos perderlos. Porque si los perdemos, como decía el título de aquella película “Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto”.

Juan Santiago