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señal atascoCuando se va a cercando el momento de depositar la papeleta, los electores se encuentran con un fenómeno que también sucede en las grandes ciudades y que consiste en que, al calor de fechas señaladas, se empiezan a producir grandes atascos en el centro.

El motivo es muy similar porque mientras en el caso de las ciudades — piénsese en las navidades — todo el mundo se dirige a las mismas zonas para efectuar compras, en el caso de las fuerzas políticas también todas ellas pretenden comprar los mismos votos en un establecimiento que, suponen ellos, encierra un gran número de votantes.

Por eso todos ellos intentan presentarse como los depositarios del voto de centro y hay, incluso, quien no duda en señalarse a si mismo como heredero directo de aquel personaje al que casi todos identifican con la personalización de ese centro.

El problema es que, en realidad, el centro político no existe. Quizás habría que recordar a estos presuntos sucesores de Adolfo Suárez que ahora aparecen — por cierto, después de ignorarlo durante nueve años de vida política — que cuando implosionó la Unión de Centro Democrático, aquel otro Centro Democrático y Social que se inventó Don Adolfo consiguió en las elecciones del 82 el extraordinario resultado de dos diputados para irse diluyendo después como un azucarillo.

¿Qué ocurrió? Pues que, en un movimiento natural, todos aquellos supuestos centristas corrieron a refugiarse en la casa común de la derecha heredera del franquismo que hoy es el Partido Popular. Es decir, que todos aquellos declarados centristas, que eran los cachorros del sistema, fueron a colocarse en su sitio consiguiendo que algo cambiara para que todo permaneciera igual.

Sin embargo, es verdad que ha seguido existiendo una especie de mito del centro que, en realidad, yo creo que tiene mucho más que ver con la economía que con la política y que tiene su base sociológica en las clases medias que afloraron en este país a partir de los años sesenta del siglo pasado.

Y que sobre ese conjunto de clases medias se identificó un bloque de electores numeroso que, en un sistema bipartidista, podía moverse entre derecha e izquierda en función de las circunstancias del momento. Un bloque al que siempre se consideró como un conjunto de voto al que se llamaba moderado.

Pues bien, ese es el botín sobre el que se abalanzan ahora todos estos aprendices de estadista convencidos de que se trata de un grupo más o menos homogéneo y conservador que huye de las ideologías.

Y hasta puede que, en parte, sea cierto. El problema está en que, primero, no estamos ante un grupo tan homogéneo; segundo, su número es variable, entre otras cosas, por su tendencia en algunos momentos a la abstención y, tercero y más importante, lo básico en él no es la moderación o la radicalidad sino su movimiento en función de las circunstancias.

Y si esto es así, tal vez estos compradores compulsivos del centro comercial, deberían analizar con cuidado qué ha pasado con las clases medias de este país en estos últimos años de atracos, financiación ilegal y recortes. Quizás, antes de lanzarse a las compras, sería bueno que estudiaran el proceso de proletarización y empobrecimiento a que se han visto sometidos tantos españoles que ayer se consideraban de clase media y que hoy malviven sobre todo en las ciudades. Y, desde luego, más valdría que, antes de atascarse todos en el centro, se pararan a mirar cuántos cadáveres han quedado en las cunetas de este expolio y cuántos han quedado vivos pero sin esperanza.

Y, después, echen las cuentas.

Juan Santiago