valenciano, griñan, fernandez y rubalcabaEn “Doble perplejidad” analizábamos el fenómeno de distanciamiento que se está produciendo en una buena parte de las bases del Partido Socialista, en relación con las posiciones ideológicas y estratégicas de la dirección del partido que, muchas veces, les resultan incomprensibles y, sobre todo, alejadas de las que siempre se han considerado señas de identidad tradicionales.

Ese mismo fenómeno de desafección, alejamiento y perplejidad se reproduce no ya sólo en los militantes, que son, en definitiva, personas comprometidas con el proyecto, sino también, y de forma creciente a tenor de las encuestas, entre la base sociológica que puede, en su momento, validar un proyecto de gobierno en unas elecciones.

Evidentemente, las causas son complejas y no se pueden reducir a un solo aspecto, pero a mí me gustaría poner de relieve un factor que, desde mi punto de vista, está produciendo el ensanchamiento de esa brecha existente entre el PSOE y la parte de su electorado más “natural”, que se ubica en la franja más a la izquierda y que es básica para mantener su hegemonía entre las fuerzas políticas de su arco ideológico.

Una parte fundamental, no sólo del discurso que se mantiene en estos tiempos, sino de la acción política concreta, que se está traduciendo en el ofrecimiento y negociación de pactos con el Partido Popular, se deriva de una serie de afirmaciones que se podrían resumir así: “Nosotros, al contrario de otras fuerzas políticas, somos un partido de gobierno o con vocación de gobierno y, por tanto, debemos mantener un rigor especial en nuestras propuestas, pensando siempre en la gobernabilidad.”

Nadie puede sostener que un partido con representación parlamentaria no deba ser riguroso en sus planteamientos, pero de ese tipo de afirmaciones se traslucen distintos problemas que son los que, al final, están ayudando a la ampliación de aquella brecha.

Antes que nada, una ingenuidad evidente. Por mucha vocación que tengas, sólo serás un partido de gobierno si consigues un apoyo electoral mayoritario, sólo o en compañía de otros. Esto, que podría ser entendido malévolamente como la primacía de la estrategia frente a la ideología, se debe traducir no en un “todo vale” y en decir sólo lo que la gente quiere oír, que sería lo ha hecho el Partido Popular, sino en hacer propuestas, sobre la base de los principios que te hacen reconocible y en sintonía con tu base sociológica natural, que debes tratar de ampliar.

Un segundo problema se deriva cuando ese presunto “rigor” te lleva a hacer propuestas o a articular políticas que te hacen irreconocible e intercambiable con los partidos que, de manera natural, practican esas políticas. El ejemplo más claro está en el 12 de mayo de 2010 cuando Zapatero, por rigor y responsabilidad, decidió hacerse el harakiri político abriendo en canal su futuro y el del proyecto que encarnaba.

Es verdad que, hoy, con la perspectiva de más de tres años, es fácil decir esto, pero no es menos cierto que la visión histórica es exigible a quien ostenta el liderazgo político. También es verdad que, entonces, no fuimos capaces de calibrar la profundidad de aquella sesión parlamentaria, en lo que podía suponer al proyecto socialista, y lo circunscribimos a una especie de inmolación política personal (siempre recuerdo que, cuando acabó su discurso Zapatero, le dijo a un amigo y compañero con el que viajaba: “Este paisano se acaba de suicidar políticamente”)

Creo sinceramente que una buena parte de la desafección y alejamiento entre el PSOE y esa parte amplia de la ciudadanía que es crítica con las políticas de restricción, devaluación interna y desmantelamiento del estado de bienestar, viene dada por esta especie de “sobreactuación institucional”  que se lleva a cabo y que, incluso, incluye el ofrecimiento de pactos al Partido Popular que, finalmente, sólo servirán para reforzar el mantenimiento de aquellas políticas y el apuntalamiento exterior e interior del gobierno, sin obtener, de modo real, una contrapartida que se traduzca en unas mayores dosis de justicia y equidad para unos ciudadanos exhaustos .

Eso sí, lo haremos siempre con rigor y responsabilidad, por más que la responsabilidad se mantenga sólo en ese ámbito y no se extienda a asumirla con respecto a los errores cometidos y el rigor se pueda acabar convirtiendo en el rigor mortis de un proyecto tras el que hay muchas buenas gentes que se resisten a verlo agonizante.

Juan Santiago