El recurso al terrorismo mediambiental y a los incendiarios es una auténtica cortina de humo que esconde el abandono del medio rural

incendiarios - noite de lume

 Puedes escuchar el contenido de este artículo a través del player 

Ahora que han pasado ya unos días desde que el fuego arrasara los montes y de que la noche se cerniera sobre nosotros como un anuncio de ese fin del mundo al que parece que nos quieren dirigir, tal vez sea momento de colocarlo sobre la mesa y ponerlo en relación con la realidad sobre la que nos deslizamos en el medio rural.

El discurso del terrorismo medioambiental

Produce un cierto sonrojo escuchar a determinados gobernantes echar balones fuera hablando de terrorismo medioambiental mientras se reducen los gastos e inversiones en personal y equipos y mientras, directamente, se desprecia la realidad de ese medio ambiente que desaparece ante nuestros ojos.

Es ciertamente increíble que ninguno de esos gobernantes haya puesto su mirada sobre una de las causas más ciertas de esas miles de hectáreas arrasadas. Una causa que es, a su vez, la peor amenaza del medio rural.

Por supuesto que hay incendiarios que aprovechan vientos y temperaturas para poner mechas y darle fuego al monte. En todas las zonas son conocidos y todos saben que hay sitios donde año, tras año, como por arte de magia, las llamas aparecen una y otra vez justo cuando fulanito ha sacado las vacas. Claro que sí. Por supuesto que eso ocurre.

Pero además de eso, hay una realidad que no está en el discurso del poder y que tiene una influencia decisiva en el fenómeno de los incendios.

El abandono como factor multiplicador

Me estoy refiriendo a la certeza que existe de que el abandono del medio rural, el despoblamiento continuo y sin freno en el que estamos, es uno de los mejores mecheros que existen para acabar con ese medio.

Hasta tal punto esto es así que se puede afirmar sin temor a equivocarse que el despoblamiento es, en sí mismo, un factor multiplicador para la destrucción del medio rural a través, entre otros fenómenos, de los incendios forestales. El abandono de los pueblos lleva consigo la falta de uso de los montes y, por tanto, la acumulación de factores de riesgo que acaban en desolación y cenizas.

Las estadísticas son claras y están ahí para el que las quiera ver. Hablamos de cifras oficiales del propio Ministerio competente. Hace casi cincuenta años, en 1968, se produjeron en España 2.109 incendios que calcinaron algo más de 47.000 hectáreas. A 30 de septiembre de 2017, el número de incendios se había doblado hasta los 4.360 y las hectáreas quemadas pasaban de las cien mil.

Por supuesto, habrá que pensar en que, dadas las mejoras tecnológicas y de medios de extinción habidos en estos cincuenta años, lo normal hubiera sido que la superficie quemada no se hubiera incrementado si no hubieran aparecido otras causas colaterales distintas de ese simplismo de los incendiarios y la mafia medioambiental.

La mecha del despoblamiento

Estoy seguro que no hay un automatismo y que hay causas adicionales a contemplar. Sin duda.

Pero parece interesante hacer el ejercicio de poner aquellas cifras en relación con las de población. Pongamos un ejemplo. Cangas del Narcea. Uno de los concejos asturianos más castigados por esta última oleada que ha pasado de una población de 20.186 habitantes en el censo de 1970 a los 13.213 del año pasado. Es decir, que ha perdido alrededor del 30 por ciento de su población. O la suma de los siete concejos que conforman la comarca de Oscos-Eo que se ha dejado en el mismo período más del cuarenta por ciento de sus habitantes, en conjunto. Algunos han perdido más del sesenta por ciento.

Por supuesto que la cuestión es compleja y habrá que afinar, pero es una evidencia que, a medida que se despuebla el medio rural, de que se abandona el uso del monte, éste gana en aptitud para arder y destruirse.

El problema es que más fácil hablar de incendiarios y de mafias medioambientales que aportar recursos y trazar planes de desarrollo que permitan una vida digna en el medio rural y que impidan su desertización social. A fin de cuentas, somos pocos a la hora de votar.

Sólo hubo una cosa que me alegró de todos los incendios del otro día. El hecho de que las sombras llegaran a los centros de poder.

Porque nosotros ya estamos acostumbrados. Tan acostumbrados que podríamos parafrasear a Celso Emilio Ferreiro y decir aquello de

I nos, morrendo 

nesta longa noite 

de lume.

Juan Santiago