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La realidad es que la Gran Coalición ya gobierna Europa por encima de los mecanismos democráticos.

Una de las críticas más habituales que se hacen al desarrollo de la Unión Europea se centra en el hecho de haber avanzado hacia una unión económica y monetaria sin haberlo hecho en paralelo hacia una unión política.

Es absolutamente cierto que la arquitectura política europea es manifiestamente insuficiente y que el único esbozo de institución común de procedencia democrática reside en un Parlamento Europeo que hasta ahora ha estado prácticamente vacío de competencias legislativas reales y que es en este momento cuando empieza a tener algún peso efectivo.

El resto son instituciones que poco tienen que ver con el mandato directo de los ciudadanos. El aparente gobierno por áreas que es la Comisión es poco menos que un macrogabinete de tecnócratas puestos a dedo por los gobiernos en un juego continuo de cambio de cromos y de “costumbres” palaciegas, mientras que el aparente poder real se cuece entre las bambalinas que rodean a los Consejos Europeo y de Ministros.

Pero, siendo cierto que no se ha caminado hacia una auténtica unión de los estados en instituciones democráticas comunes, surgidas del sufragio de los ciudadanos europeos, no lo es tanto que no exista hoy en día una unión política entendida como un mecanismo unitario de adopción de decisiones que influyen sobre las grandes áreas de interés de los ciudadanos, ya sean en política económica, social, de defensa o exterior, por poner algunos ejemplos.

Entiendo que esa unión política existe hoy en día, que se ha consolidado con la llegada del desastre financiero y que tiene una influencia decisiva sobre la vida de los europeos.

El problema que tiene esa unión es que, en lugar de haberse consolidado de abajo a arriba, a través de mecanismos de participación que dieran lugar a instituciones reconocibles y fiscalizables, se ha producido por la confluencia subterránea y clandestina de esas superestructuras que son los partidos políticos sistémicos y se ha canalizado, básicamente, a través del juego de los grupos popular y socialdemócrata.

Dos grandes grupos elaboran el discurso hegemónico en Europa

Son esas dos grandes fuerzas en presencia las que elaboran el discurso hegemónico en Europa y las que, a modo de Gran Coalición Continental, establecen los pasos a seguir en cada momento.

El ejemplo más claro de este modelo se ha puesto de relieve con ocasión del referéndum griego cuando se ha visualizado con nitidez cómo se establecían las líneas a seguir y cuáles eran los argumentarios a defender.

Se ha visto con claridad cómo el Grupo Popular tomaba la primera línea de las posiciones en orden a impedir que los griegos y su gobierno sacaran los pies del tiesto de las directrices de austeridad que se marcan desde el Directorio Alemán, mientras que los socialdemócratas quedaban en una segunda línea de apoyo más discreta si exceptuamos la salida de pata de banco de Martin Schulz doblemente vergonzosa por ostentar, precisamente, la presidencia de la única institución elegida directamente por sufragio universal.

parlamento europeoOtro buen ejemplo de “gobierno en coalición” es la negociación y votación del TTPI, el nuevo mecanismo de reforzamiento de la globalización sin ciudadanos, impulsado por las grandes corporaciones mundiales e incorporado a su acción política por la Kontinentale Große Koalition que marca el paso.

Existe, por tanto, esa unión política supranacional de grandes partidos que defienden un statu quo concreto. Una unión que se basa en una correlación de fuerzas que intentan mantener a toda costa sobre unas premisas económicas que, a su vez, descansan en los postulados de un neoliberalismo más rígido o más flexible, según sople el viento.

Y claro, cuando asoman nuevas fuerzas que pueden influir, es precisamente cuando es necesario desplegar los escudos de defensa que impidan el acceso al santuario a molestos desarrapados “radicales y populistas” que puedan poner en peligro el orden establecido y el statu quo a defender.

Que, como todo el mundo conoce, las carga el diablo y  ya se sabe que al diablo siempre lo pintaron de rojo.

Juan Santiago