El despoblamiento, la España vacía, constituye un problema de gran magnitud, pero no es un problema difícil de abordar. Ante ello, parece lícito hacerse algunas preguntas que llevan demasiado tiempo sin respuesta.

despoblamiento

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La reciente publicación de los datos del padrón municipal a 1 de enero de 2018 pone de manifiesto dos hechos relevantes: por un lado, el incremento general de población por segundo año consecutivo, aunque lejos aún de las cifras de 2011 y, por otro, la ratificación de la existencia de una España vacía con Castilla León, Extremadura y Asturias como punta de lanza del fenómeno de la pérdida de población.

En este punto, da un poco lo mismo que repasemos cifras, que nos demos cuenta de que son los extranjeros quienes protagonizan el aumento y de que son, precisamente, quienes menos población extranjera acogen los que más pierden. Da lo mismo eso que cualquier otro análisis de datos que podamos hacer.

Llega un momento en que uno tiene la sensación de que es inútil seguir haciendo estudios que para lo único que sirven es para rellenar hojas de periódico, espacios de radio, mesas redondas, sesudos estudios y otras cosas por el estilo.

Existe un consenso básico

Hace tiempo que venimos diciendo que, en esto del despoblamiento, la fase de diagnóstico está más que superada y que sólo queda sentarse a esperar a que alguien decida pasar a los hechos de una puñetera vez por todas. A que alguien con la cabeza medianamente bien amueblada decida poner dineros encima de la mesa y tratar de detener una hemorragia que en algunos sitios ya ha dejado sin sangre buenas partes de este país.

Despoblamiento y chunda chunda

Y es curioso porque casi todos coincidimos en lo básico. Todos coincidimos en que ya no es tiempo de elucubrar y de ponernos estupendos en foros y medios.

Hablaba yo el otro día con un alcalde de un pequeño pueblo asturiano y la cosa estaba tan clara que apenas dedicamos diez minutos a darnos un turno de quejas y llantos que ya nos tiene la boca seca.

Una solución al alcance

Todos sabemos cuál sería la solución y todos sabemos que está muy lejos de que alguien se decida a ponerla en marcha. Todos sabemos que la solución se llama dinero, es decir, recursos y actividad económica y que ese dinero se debe aplicar en base a auténticos planes de desarrollo que estén hechos desde y con los territorios y no desde perfumadas moquetas.

Que ya no se trata de filosofía sino de medidas prácticas y funcionales que se podrían poner en marcha ya si alguien con poder y cabeza quisiera hacerlo.

Por supuesto, medidas fiscales, que incentiven la permanencia y que atraigan a personas y empresas a los territorios que se están vaciando.

Y no es tan complicado ni tan caro tomar decisiones que vayan por el camino de la discriminación positiva a favor de las zonas despobladas si realmente se quiere afrontar el problema de la España vacía. No es tancomplicado porque eso no va suponer, en modo alguno, ni una merma insoportable de las arcas públicas ni un enloquecimiento del sistema financiero. Cosas peores como el rescate de autopistas quebradas con dineros públicos se están haciendo en este momento.

No es descabellado ni caro poner en marcha iniciativas que tiendan a revalorizar las producciones agrícolas o ganaderos y que, de paso, pongan orden en la producción y distribución de productos alimentarios básicos como la leche o la carne.

No tienen por qué demorarse cosas tan simples para combatir el despoblamiento como la eliminación de trabas a la venta directa en las explotaciones. Un sistema que  permite que el valor añadido se quede en casa de los productores.

O algo tan sencillo como promover un mayor equilibrio para evitar la situación de desventaja que existe entre las grandes corporaciones alimentarías y los pequeños y medianos productores.

Preguntas legítimas

¿O es que, tal vez, no es tan sencillo?

¿O es que la capacidad de presión de esas grandes corporaciones no permite tratar con justicia a quienes producen los alimentos?

¿Qué está pasando para que no se aborde de una vez por todas un problema que es de gran magnitud pero que, en realidad, no es tan difícil de abordar?

¿A qué hay que esperar?

¿A ver si a los poderosos se les ocurre otra estafa que acabe con precios de miseria y deudas que esclavizan?

Juan Santiago