SECUENCIA I

Interior día.

Una cocina modesta, que parece haber conocido mejores tiempos. En ella, una mujer de mediana edad trastea frente a una cacerola que parece contener algo parecido a un guiso.

Entra el hijo, un joven próximo a los veinte, con restos de acné en la cara, vestido con una vieja camiseta y unos vaqueros algo raídos. Trae un papel en la mano y cara de satisfacción.

EL HIJO.- ¡Mira, mamá, las notas! ¡He aprobado todo y hasta he sacado un notable en Derecho Mercantil!
 

La madre lo abraza con la cara iluminada y lo cubre de besos.

LA MADRE.- ¡Ay, hijo, menos mal! ¡Ya sabía yo que la Virgen del Rocío no me podía fallar! Anda, lávate, ponte la camiseta de los domingos y, ahora mismo, te vas a casa de la madrina a enseñárselas. Ya verás qué contenta se va a poner.
 
EL HIJO.- ¿A ver a la madrina ahora? ¡Jo, mamá! Ya iré mañana…
 
LA MADRE.- De eso, nada. Te vas ahora mismo. Recuerda que el pobre de tu padre, siempre te decía que de bien nacidos es ser agradecidos. Si no se hubiera quedado tieso en el turno de noche de la cadena de montaje, seguro que me daba la razón. Además, ¿por qué no quieres ir nunca a casa de la madrina? Recuerda que gracias a ella puedes ir a la Universidad.
 
EL HIJO.- No, por nada… por nada… es que…
 
LA MADRE.- Anda, anda, cámbiate y vete para allá. Seguro que, además, te da diez euros por el notable.

 

SECUENCIA II

Interior día.

El lujoso salón de una vivienda de personas pudientes, un tanto abigarrado y repleto de objetos de plata. Sentada en una hermosa butaca, una mujer entrada en años y en carne, lee con cara de satisfacción el papel con las notas. A su lado, de pie, con una camiseta algo más nueva, el hijo la contempla con una cierta cara de aprensión y como si tuviera prisa por marchar.

LA MADRINA.- ¡Ay que bien, hijo! Ya sabía yo que no me ibas a defraudar. Mira que esa pécora de mi sobrina quería quitarme de la cabeza la idea de apadrinarte, pero, como yo le dije, seguro que si viviera mi pobre Alipio, que en gloria esté, me hubiera dado la razón, él que era un hacha para los negocios. Además, ahijado, que estás cada día más guapo y se te está poniendo un culo que para sí lo quisiera esa zorra. Anda, hijo, ponte cómodo…
 

Funde a negro mientras el plano se cierra sobre la regordeta mano de la madrina palmeando el culo del ahijado, mientras se escucha de fondo a Juanita Reina cantando aquello de “…apartarle dos erales que a éste lo apadrino yo”.

FIN

Leopoldo Buiza