En los electores ha pesado negativamente, y mucho, más de lo que podían prever, que el PSOE presentara un candidato que no había sido revalidado por sus propios militantes.

Las palabras, que parecen de rabiosa actualidad, no son mías. Las pronunció Joaquín Almunia, ante el Comité Federal socialista el 22 de marzo de 2000. Desde entonces, han pasado ya más de catorce años y da la sensación de que, como en el juego de la oca, hemos vuelto a la casilla de salida.

Después de catorce años, el PSOE se acaba de despertar otra vez en el día de la marmota

He estado revisando lo que se dijo y se escribió tras el descalabro electoral socialista que dio la mayoría absoluta al Aznar que mandaba a Cascos a comer con Arzallus y hablaba catalán en la intimidad, y me he dado cuenta de que, como le ocurría a Bill Murray, parece que nos acabamos de despertar otra vez en el día de la marmota.

Quizás lo peor (o lo mejor, que nunca se sabe) sea comprobar que, a pesar de todos los análisis efectuados y dejando para otra reflexión el paréntesis Zapatero, no se aprecien avances en direcciones que ya se apuntaron en aquel momento.

Por ejemplo, seis días después del descalabro (recordemos que supuso obtener “sólo” el 33,9% de los votos) Ludolfo Paramio, auténtico ideólogo socialista de la época, escribía en El País lo siguiente:

“Quizás la clave es que se requiere una entrada numéricamente significativa de nuevos militantes – o la incorporación al trabajo político de numerosos simpatizantes – para que haya un cambio real en la cultura política de la organización. Pero eso, a su vez, dependerá de que exista una situación política que introduzca una clara ruptura con el pasado reciente y un liderazgo que sea percibido socialmente como capaz de hacer frente a esa situación” (El remarcado de las palabras es mío)

Hoy, el socialismo de base se despierta y sigue comprobando que, en lugar de una cambio real y una clara ruptura con el pasado, vuelven a sacar a la marmota para tratar de averiguar cómo va a ser el próximo futuro.

Las claves están en ese párrafo y no se trata sólo de una renovación de líderes (recordemos que esa renovación se produjo con la asunción de la Secretaría General por parte de Zapatero) sino que precisaba y precisa, además,  que el cambio de liderazgo sea visto por la sociedad  como capaz de articular el cambio real de la cultura política de la organización y como un efectivo punto de inflexión hacia un nuevo tipo de organización.

Es decir, renovación personal sí, pero renovación vista por la gente como tal y para abrir una nueva vía política por la que transitar.

Se trataría, en primer lugar y visto lo que se está viendo, de comprobar “si además del anunciado espectáculo de ajuste de cuentas tan desagradable para el público se esfuerzan por recuperar la sintonía con los electores” en palabras escritas esos días por Miguel Ángel Aguilar, pero se trata también de asumir que esa sintonía sólo se dará si la cultura política de la organización deja de basarse en conceptos ajenos al pensamiento de izquierdas y asume de una vez por todas que, en palabras del propio Miguel Ángel Aguilar del año 2000, “hay valores enfrentados que postulan la dignidad de todos los seres humanos y reivindican la emancipación de las desigualdades generadas por la acción de los hombres, a través de complejas mediaciones históricas, políticas, sociales y económicas.”

¿Le suena a alguien al relacionarlo hoy con la emergencia de nuevas izquierdas?

En definitiva que, si realmente se quiere cerrar la herida que está desangrando a la socialdemocracia española para que cicatrice y no le conduzca irremediablemente a la irrelevancia, hay que, de una vez por todas, dejar de sacar la marmota profética y empezar a caminar por vías, conocidas por todos, que ya están trazadas, que están en la masa de la sangre de más de doscientos mil militantes confusos y desorientados y que se traducen en dos requerimientos básicos que son los dos anhelos populares que han quedado claros después de las europeas: más izquierda y más democracia.

Y si no, tenemos invierno para más de seis semanas.

Juan Santiago