Beatriz TalegónLeo con interés un artículo de Beatriz Talegón, publicado en elplural.com, que titula “La solución está en Europa…, pero en otra Europa”.

El interés me viene por dos razones: la significación de Talegón como una reconocida representante de los socialistas jóvenes y el posicionamiento de esta nueva generación ante lo que yo considero el “problema” europeo.

El tema ya se ha tratado en este medio en “Europa es el problema” y “El problema de Europa es Alemania” y forma parte de las preocupaciones y obsesiones de los que desde aquí expresamos nuestra opinión. Por eso me interesaba especialmente la visión de una dirigente socialista de la más reciente hornada.

Es claro que podemos coincidir, sin ningún problema, en la necesidad y conveniencia de que los partidos que representan en Europa posiciones de izquierda alcancen unas cotas de poder en sus países, que permitan desplazar el asfixiante peso de los conservadores, y en la importancia que tendría un auténtico parlamento democrático como representante real de los ciudadanos europeos, pero lo que me preocupa, básicamente, es una sensación que me ha quedado tras leer el artículo y que, últimamente, me asalta con demasiada frecuencia cuando escucho los posicionamientos de los líderes socialistas.

La explicación me resulta complicada pero quizás se podría resumir en que, cuando escucho o leo estas intervenciones, tengo la sensación de que lo que se hace es formular críticas acríticas. Es decir, me parece que se formulan críticas ciertas, reales, basadas, incluso, en hechos constatables, pero que, como no inciden en las bases últimas del problema, al final resultan superficiales o epidérmicas, sin un auténtico fondo del que pueda surgir la transformación.

Por ejemplo – y quizás no sea lo más importante – atribuir la más que probable baja participación en las próximas elecciones europeas al desapego ciudadano, en relación con las políticas que se implementan desde la Unión, supone olvidar la principal causa desafección y que no es otra que el hecho de que un gran número de esos ciudadanos no votarán porque no se siente representado por unas estructuras políticas caducas y que han perdido buena parte del contacto con la calle.

Decir que el proyecto europeo está a medio camino puede, incluso, parecer una ingenuidad porque no tiene en cuenta que no existe un único proyecto europeo. En este sentido, no me parece una exageración decir que el proyecto europeo conservador o neoliberal está en la recta final mientras que el socialdemócrata apenas acaba de arrancar.

Por otro lado, creo que sostener que es necesario reforzar Europa para hacerla más “efectiva y eficaz” me parece equívoco y me suena más a lenguaje tecnocrático, a esa obsesión por la “eficiencia” que inunda todo el discurso neoliberal, que a la obligación ineludible que tienen las izquierdas de hablar de justicia, de redistribución, de superación de las desigualdades o de equidad. No parece tan claro que haya que “reforzar” Europa porque, antes bien, la tarea está en rehacerla desde una perspectiva distinta. Y no parece, por cierto, que la llegada de Hollande al poder haya significado un giro copernicano en los planteamientos de la Unión.

No se le puede decir a los ciudadanos que la única salida está en Europa, primero porque no es verdad (tal vez sea una de las mejores, pero hay otras, a lo mejor más democráticas y justas) y segundo porque esa afirmación, sin un cuestionamiento total de las estructuras, puede suponer el encastillamiento de una oligarquía que se encuentra muy cómoda en ellas.

No se trata, en definitiva, de repasar todos los conceptos que están en el artículo de Talegón que, insisto, me parece interesante, no sólo por el contenido, sino, sobre todo, porque es un paso adelante en un debate cuyas conclusiones recogerá su generación.

Lo que sucede es que me queda un poso de decepción ante lo que me parece una falta de radicalidad que, casi, considero exigible en estos tiempos y más en jóvenes dirigentes. Pienso que es imprescindible que pongan todo en cuestión, que sean profundamente críticos, no sólo con las políticas concretas, sino también con los modelos. Esa generación no puede sentirse cómoda con modelos económicos de crecimiento infinito que se basan en la depredación, no puede echarle sólo la culpa de que estemos en un tunel a la Europa neoliberal cuando había fogoneros socialdemócratas en el tren, no pueden construir discursos que se puedan tomar por complacientes con realidades que los ciudadanos sienten como injustas.

Serán manías, pero creo que es necesario que vayan más al fondo y traten de modificar de manera más profunda este mundo que hemos construido mal. Porque, es verdad – y en eso seguro que estamos todos de acuerdo – que el huevo de la serpiente se sigue incubando.

Juan Santiago