Réquiem por la política española (Tangentopoli)
25 lunes Ago 2014
Escrito por Juan Santiago * Opinión
El proceso de degradación en el que se encuentra inmerso el sistema político español tiene muchas semejanzas con lo ocurrido en Italia a partir de 1992. Demasiadas como para no ser tenidas en cuenta o como para no preguntarse si quedará en Túnez algún otro Hamamet, como el de Craxi, que sirva de refugio para la huida de alguno de los desmemoriados o ignorantes que ilegítimamente nos gobiernan.
Recién disuelto el PCI – escindido entre los que propugnaban el acercamiento a la socialdemocracia y los partidarios de la ortodoxia – las elecciones de 1992 trajeron consigo, como expresión del cansancio social y además del aumento de la abstención, la aparición de nuevos partidos que obligaron a las fuerzas establecidas y dominantes a la formación de un gobierno cuatripartito que tratara de mantener el statu quo a favor de los manejos en los que estaban involucrados tanto la Democracia Cristiana de Andreotti como el PSI de Craxi.
El problema para ese entramado estaba en que, para entonces, el juez Antonio Di Pietro ya tenía pillado al inefable Chiesa con las manos en una bonita comisión del diez por ciento que había exigido a un pequeño empresario para contratarle el servicio de limpieza del Pio Albergo Trivulzio (histórica institución de Milán para la asistencia social a ancianos y niños).
Chiesa, que era un peso pesado del PSI fue calificado, a toda prisa y a través del propio Craxi, como un hecho aislado y como una especie de astilla podrida dentro de un partido honorable e íntegro. A Chiesa le encontraron, además, cajas de seguridad, cuentas en Suiza y toda una auténtica fortuna gracias al testimonio de su ex mujer, a la que discutía el importe de la pensión de alimentos para ella y su hijo.
El drama para Craxi y para todo el sistema corrupto que se había montado fue que Chiesa se pasó una semana cantando, que Sergio Moroni se suicidó dejando nota de sus pecados y que, a partir de ahí, los jueces de Mani Pulite sacaron a la luz una buena parte del sistema mafioso y de mordidas (tangenti) en el que había derivado el mundo político italiano (Tangentopoli).
Aquellos polvos trajeron los lodos de las elecciones de 1993 en las que los partidos sistémicos (Democracia Cristiana y Partido Socialista Italiano) se hundieron y provocaron una auténtica desbandada de los electores. Tras un intento de decreto de punto final paralizado por la opinión pública y la prensa, una reforma del sistema electoral y un gobierno técnico provisional, el sistema tradicional de partidos en Italia acabó dinamitado dando comienzo una era, no precisamente mejor, en la que reinó el maquillado Silvio Berlusconi, a la sazón íntimo amigo de Bettino Craxi quien, por su parte y antes de perder la inmunidad, ya se había escapado a Túnez.
No hace falta ser un fino analista para poner en relación todo este proceso con el que se desarrolla en España veinte años después. Los síntomas se repiten:
En primer lugar, partidos anquilosados cuya capacidad de regeneración es nula, escasa o tímida. Partidos sistémicos alternantes a los que, casualmente, tras el canto de Pujol, se les ha caído el comodín de la llamada. Un comodín que, ahora sabemos, se cobraba a buen precio (el de la impunidad) el aceite que lubricaba la bisagra de la alternancia y que se nutría de las correspondientes tangenti.
En el esquema se repite también la figura del caído, del Bárcenas, “mariuolo issolatto” que diría Craxi, abandonado por su partido y convertido en astilla podrida de un árbol honorable del que penden frutos de todos los tamaños engordados por sobresueldos, cajas B, regalos invisibles, concesiones de limpieza, aportaciones voluntarias de empresarios amigos u ordenadores suicidas.
Asimismo, se repite la institucionalización de la codicia y la rapiña que se encarna, por ejemplo, en el hecho de que todos los ex tesoreros de un partido sean multimillonarios y todos estén imputados en procesos judiciales que tocan elementos de financiación ilegal.
Y se repite lo más importante: el cansancio social. El descubrimiento por parte de la ciudadanía de la existencia de un esquema institucional corrupto, organizado, con elementos mafiosos que han creado mantos de impunidad sobre autoprotegidas castas (por mucho que moleste el término) que, a su vez, se asientan en entramados financieros y mediáticos y que, simplemente, al estilo Craxi, se niegan, como si la negación fuera el bálsamo de Fierabrás.
Un cansancio social que está produciendo, ya y aquí, la desbandada de unos electores que se lanzan, desde la borda de los partidos dominantes que se hunden, hacia las balsas de salvamento que les ofrecen opciones políticas de nuevo cuño con procesos de consolidación hiperacelerados.
El proceso está absolutamente en marcha y no se puede descartar que suceda algo similar a lo ocurrido en Italia. Allí, la salida a la luz de un entramado corrupto, con los dirigentes de los partidos dominantes convertidos en delincuentes concertados para expoliar arcas públicas y privadas y con hondas ramificaciones en el crimen organizado, trajo como consecuencia la voladura de la Primera República. El problema fue que esa voladura, que supuso la desaparición de los “viejos” partidos y la modificación del sistema electoral, no supuso una catarsis que alumbrara un nuevo sistema político limpio y ejemplar, una verdadera Segunda República, sino que trajo como consecuencia el acomodo de las clases dirigentes en el regazo que formó el dueño del aparato de propaganda. La voladura, al final, dio a luz un nuevo régimen carcomido en manos del putañero y poco ejemplar Cavaliere, abrazado a la ultramontana Liga Norte de Humberto Bossi.
Veinte años después, en España nos encontramos con un sistema político demasiado similar, que podría estar para recibir la extremaunción, aquejado como está de Pujoles, Urdangarines, Matas, Gürteles, Bárcenas y otros compañeros mártires que hunden sus raíces, se nutren y dan de comer a la parte más señalada del poder político.
Y el ciudadano lo sabe. La verdad judicial lenta y parcialmente va asomando, pero el veredicto popular está formado en un país que comprueba atónito cómo se compaginan cientos de millones de rapiña y miles de millones de dádivas financieras con una ciudadanía exhausta en lo económico y en lo moral.
Habrá maniobras políticas y trompetería del aparato de propaganda para anunciar el advenimiento de presuntas buenas nuevas. Habrá – ya las está habiendo – jugadas legislativas orientadas al mantenimiento del statu quo o, incluso, decretos de punto final al estilo italiano, pero la suerte podría estar echada por el mismo camino que se siguió en Italia.
El verdadero problema no está en que eso suceda, sino en comprobar hacia dónde caminaremos después. El problema está en saber si alumbraremos la vía berlusconiana o si seremos capaces de dar a luz un sistema limpio en el que las nuevas generaciones puedan vivir con dignidad económica y moral.
Sea como fuere, y tal como están las cosas, parece que procede empezar a entonar un lúgubre gorigori.