Es evidente que este país necesita de manera urgente una hoja de ruta que marque el camino a seguir para salir del marasmo en el que nos han embarcado.
Este país encargó a los partidos políticos el diseño y mantenimiento de un sistema democrático para que el pueblo español ejerciera su soberanía sobre principios de justicia, igualdad, solidaridad y separación de poderes, y hoy nos encontramos con que las élites de una parte de esos partidos políticos han pervertido el sistema poniéndolo al servicio de su codicia y de sus ansias de saqueo.
Esto es hoy un hecho indiscutible que ha llevado a una parte muy importante de la sociedad a no sentirse representada por quienes, teóricamente, deberían ser sus representantes.
Esa es la realidad y ahí está la clave de la hoja de ruta de la que antes hablaba. Si los ciudadanos no creen que quienes se sientan en el Parlamento sean, de verdad, sus representantes y han perdido la confianza en que defiendan mayoritariamente los intereses generales, es difícil, por no decir imposible, que la ciudadanía admita como válida una solución, para la llamada regeneración democrática, que pueda salir de quien tiene la mayoría de ese Parlamento.
La hoja de ruta pasa, pues, por restablecer tanto la representatividad como la confianza. Pasa, pues, por la democracia, por el mecanismo democrático puro que es el voto libre, secreto y directo a partidos políticos que compitan en igualdad de condiciones, con candidatos limpios y con programas claros que aborden las prioridades y problemas básicos que afectan a los ciudadanos y no que sirvan a las élites financieras y empresariales.
Por tanto, el camino es claro y, desde luego, no pasa porque quien ha liderado el saqueo sea el que promueva pactos o componendas o se atreva a aprobar con su mayoría presuntas medidas regeneradoras.
El camino pasa por más democracia. Pasa por devolver cuanto antes la voz al soberano. Pasa por disolver cuanto antes un Parlamento en el que la ciudadanía no se siente reflejada y que, a mi juicio, está viciado de origen. Pasa, por tanto, por convocar de manera prioritaria elecciones generales.
Y pasa por reconocer, como bien decía Rosa Díez y como venimos sosteniendo desde hace meses aquí, que estamos ante una trama. No ante varias tramas delictivas, sino ante una que se expande en distintos círculos concéntricos, que se ha convertido en sistémica y que incluye a una buena parte de las élites políticas directivas.
Es una solución simple. Simple pero quirúrgica. No cosmética como ahora se va a pretender desde esas élites corrompidas. En este sentido, no hay por qué acudir, como se ha oído en distintos medios, a operaciones de maquillaje o al manido y poco democrático recurso de las comisiones de notables o de técnicos que elaboren alambicados documentos. Basta con volver al origen.
Basta con llamar a los ciudadanos para que elijan de entre candidatos y programas a aquellos que estimen más limpios, honestos y capaces y que mejor pueden solucionar los problemas de decencia y de subsistencia que les acosan, fundamentalmente, por el propio saqueo al que han sido sometidos.
Es así de sencillo. Y, si lo es, ¿Quién teme a que sea la propia voz de los ciudadanos la que dicte esa hoja de ruta?
La respuesta es clara: los que quieren que sea la zorra la que la organice.
Pero, claro, la gente sabe que no se puede encargar a la zorra el diseño de la hoja de ruta necesaria para limpiar el gallinero. La gente sabe muy bien que los instintos de la zorra no están dirigidos a sacar la mierda sino a alimentarse como siempre lo hizo: comiendo gallinas.