La prioridad socialista debería estar en construir una nueva norma, unos nuevos estatutos que sean soporte para un nuevo tipo de acción política
En estos tiempos, lo que se lleva en el Partido Socialista es lanzar todos los días una serie de mensajes que están, más o menos, en esta frecuencia:
“Es momento de hablar de ideas y no de nombres”
“Debemos dejar de hablar de nosotros para hablar de la gente” o
“No podemos seguir mirándonos el ombligo. Lo que tenemos que hacer es centrarnos en los problemas de los ciudadanos”
Pues bien, dejando a un lado el hecho de que haya quien lleva meses con cantinelas parecidas y de que todos estos hermosos mensajes no son más pequeñas piezas retóricas que se utilizan, fundamentalmente, para ocultar el pensamiento propio, lo cierto es que, además, son, a mi juicio, expresiones profundamente equivocadas y que en nada ayudan a solucionar una crisis que para algunos empieza ya a ser irresoluble.
Frente a esta corrección política que se predica, yo creo que el Partido Socialista, para poder pensar seriamente en ofrecer soluciones a unos ciudadanos que, por otra parte, conocen sus problemas a la perfección o para estar en condiciones de aportar ideas que revitalicen el pensamiento socialdemócrata, lo primero que tiene que hacer es mirarse el ombligo, ver dónde lo tiene situado y decidir dónde y cómo va a estar en los próximos diez años.
Porque, sin una auténtica introspección y una reconstrucción estructural, se podrán ofrecer al mundo potentísimas reflexiones y bellísimos documentos, pero estarán condenados, como en los últimos años, a ser ninguneados en los procesos electorales que otorgan o deniegan la capacidad de gobierno.
Por eso, para mí, la solución primera está en el libro. En la maquinaria. Ya saben, eso que hacía que funcionaran los relojes.
Y es que, curiosamente, todo el mundo habla de voces, problemas o ideas, pero nadie habla de organización. Y yo me pregunto:
¿Será porque se pretende que todo siga igual en un tipo organizativo en el que nos movemos con facilidad?
¿Será por eso que llaman cultura de partido para no llamarlo cuota de poder, correlación de fuerzas o hegemonía?
Y, en definitiva, ¿por qué nadie plantea un nuevo modelo de partido, plasmado en sus correspondientes estatutos, cuando sabemos a dónde nos ha conducido éste?
No sé. Tal vez puedan parecer o sonar como preguntas retóricas, pero aquellos que de verdad creemos que hay que ir por el libro (cosa que, por cierto, no se ha hecho) sentimos que el problema está precisamente en eso: en el libro. En las normas. En la estructura.
Y creo firmemente que el actual esquema, que tampoco debe ser radicalmente demolido, no servirá en adelante por mucho que lo adornemos de ponencias, de economistas mediáticos, de enmiendas epidérmicas, de jarrones chinos o de nuevas estrellas social-liberales.
Curiosamente, se achaca a otros partidos, como el peor de los males, el hecho de que lleven meses hablando de organización y estructura de cara al futuro. La verdad es que no sé qué les pasará ni como acabarán sus debates, pero a veces los miro con envidia porque estoy convencido de que sólo tendrá futuro aquél que consiga una estructura capaz de soportar ese futuro.
El PSOE la ha tenido, sin duda, y ha sido válida, pero se le ha quedado vieja y parece necesitar algo más que un simple paso por chapa y pintura.
Necesita, a mi juicio, antes, incluso, de una ponencia política, una auténtica ponencia de estatutos que sea casi constituyente y que ofrezca a los militantes ese armazón que les sirva para saberse parte de un auténtico proyecto colectivo y que sujete de abajo a arriba un edificio nuevo en el que quepa todo el mundo.
Así que hagamos primero la casa y encarguémonos después de comprar esos muebles tan bonitos que encajen entre las nuevas paredes.