En el PSOE se producen llamadas al debate que obvian a la militancia y que pretenden circunscribirlo a un debate entre notables.
Llevamos meses entre el ruido. Entre las estridencias a la ibarresa y el siseo de la piedra pasando por el filo del cuchillo. Entre golpes de pecho y presuntas solemnidades.
Barones, baronesas, jarrones chinos y otros tipos de prohombre asoman de manera periódica las egregias figuras para hacer algún gorgorito que ponga, a su juicio, las cosas en su sitio. Para dejar claro que todo ha de ser como debe ser (que hasta a algunos se les están pegando las maneras y los dichos marianos).
Los hemos escuchado con atención, entre otras cosas porque algunos o algunas son políticos brillantes a los que respetamos y que han acreditado una extraordinaria trayectoria política. Por eso, quizás, nos chirríe más la situación.
Hemos escuchado a casi todos hablar de la necesidad de abrir un debate imprescindible para fijar la posición del PSOE en unos momentos de enorme excepcionalidad política en los que no sólo están en juego la posición y el futuro del partido, sino también el modelo territorial, la arquitectura institucional y, sobre todo, el bienestar de nuestros ciudadanos.
Y desde luego que sí. Por supuesto que es imprescindible abrir un debate serio dentro del PSOE, como también lo sería dentro del resto de los partidos.
Pero es tremendamente curioso que a ninguno de aquellos barones o jarrones les hayamos escuchado hablar de la necesidad de un debate de verdad en el seno de toda la organización. De que ese necesario debate, en lugar de hacerse entre notables, se haga de abajo a arriba, desde las células básicas, donde los militantes, entre las fidelidades y el estupor, están asistiendo al ruido de sables, es decir, desde las agrupaciones para luego expandirse hacia los distintos órganos del partido y acabar en un Comité Federal que sea, ahora sí, el fiel reflejo del debate producido en las bases.
El problema básico es que el PSOE está construido al revés y nadie o casi nadie parece dispuesto a cuestionar un modelo de estructura que, sin duda, sirvió en muchos momentos, pero que a estas alturas del siglo XXI no ofrece soluciones auténticamente democráticas, como se está viendo en estos tiempos.
Ahora mismo, no tengo fe en unos estudios demoscópicos que, además de torpes, están demostrando un sesgo ideológico dependiente del pagano de turno, pero, a veces, en ellos asoman tendencias a las que hay que atender en mayor o menor grado.
Y algo deberían atender esos notables tenores que hablan de debatir entre ellos, a los últimos resultados que arroja el ObSERvatorio de la Cadena Ser. Sobre todo en lo relativo al grado de aceptación que tiene entre los votantes socialistas (no sólo entre los militantes) la posibilidad de una abstención a favor del Partido Popular.
Alguno/a de estos sostenedores del statu quo debería mirar algo más allá de su cohorte de fieles y palmeros para intentar darse cuenta de que hay mejores maneras de suicidarse que volver la espalda a los orígenes. Que su posición no es una posición absoluta y que otro modelo es no sólo posible sino necesario.
A mi me llama poderosamente la atención comprobar que, en todo este lío, las bases se hayan convertido en el comodín del militante. Algo para usar, según convenga o no, en la pelea, como se hace con el cuchillo: para cortar o pinchar al adversario, en lugar de hacerlo como sería natural en un organización democrática: para conocer, sin manipulaciones de aparato, cuál es la opinión y el sentimiento de quienes sustentan todo el entramado.
Porque, al final, la sensación que dan, es que ellos, los notables, son los únicos que están ungidos con un aceite especial que otorga la capacidad de debatir y decidir, mientras que aquellos que son la base de la pirámide sólo están para aguantar su peso.
Desgraciadamente para algunos, ese es un mecanismo que, pase lo que pase, está muy próximo a dejar de funcionar