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La clave está en novena y tres kilómetros. Concretamente, los noventa y tres kilómetros que separan Santiago de Ferrol.
Llevamos varios días discutiendo y oyendo sesudas reflexiones acerca del tancredismo mariano, de la alergia que tiene su dueño a los debates abiertos, de su capacidad para esconderse detrás de la apabullante presencia de Soraya, de ponerse de perfil con Francia para no cometer errores del pasado, del inmovilismo ante la cuestión catalana, del puedo prometer y prometo lo que sea menester y nadie parece encontrar la clave de bóveda que explica y sostiene un comportamiento tan difuso.
Pues bien, yo creo que la piedra angular de eso que Antón Losada llama el código mariano está precisamente en esos noventa y tres kilómetros que separan, o tal vez a acercan, la cuna de dos estadistas, el del pensamiento difuso y el golpista ferrolano.
Es absolutamente conocida la anécdota que se atribuye al dictador y que relata que un día el director del diario falangista Arriba, que según unas versiones era en esos momentos Rodrigo Royo y según otras el langreano Sabino Alonso Fueyo, se quejaba ante un Franco ya crepuscular de que las distintas facciones del llamado Movimiento le sometían a fuertes presiones. Parece ser, y así ha quedado en los anales, que el general se lo quitó de encima con una frase lapidaria: “Haga usted como yo y no se meta en política”.
Ahí tienen ustedes la clave, la gran enseñanza que Rajoy tiene perfectamente asimilada desde que Fraga apadrinó el inicio de su andadura y que le ha permitido mantenerse, sin meterse en política siguiendo los pasos de su maestro, en una carrera que va ya por los treinta y cinco años. No me dirán ustedes que no es una hermosa paradoja.
Pero es cierto. No hay que buscar mucho más para entender todo este comportamiento de fría distancia y aprovechamiento milimétrico del poder. Así, si uno no se mete en política, puede pasar limpiamente de los artículos en los que se afirma que la desigualdad es consustancial al ser humano a los hilillos de plastilina, o del yo no crearé un banco malo al Luis sé fuerte, o del tengo el convencimiento moral de que ha sido ETA al he sido muy duro con la corrupción.
Da igual, porque, claro, si te metes en política quiere decir que tienes unos valores que defender o una ideología consistente que mantener y eso, por supuesto, te hace vulnerable.
Lo que se trata es, ni más ni menos, que de un profundo desprecio no sólo al sistema democrático, que eso ya viene de serie, sino a cualquier otro enojoso mecanismo que te pueda apartar del fin último que no es otro que mantener el poder y sus prebendas.
Por eso no va Rajoy a los debates con los nuevos protagonistas, por no meterse en política, porque ese tipo de debate no le permite hacer lo mismo que hizo con Rubalcaba y que debía estudiarse en las escuelas, porque eso, meterse en política, le puede obligar a rendir cuentas, a explicar lo inexplicable, a que los ciudadanos, en definitiva, amplíen el objetivo de la comparación y no le salga bien el selfie.
Rajoy ha decidido no meterse en política porque aprendió hace muchos años en Pontevedra que, sin meterse en política, los dictadores mueren de viejo, en la cama, en el poder y con descendencia. Y, encima, todo ello por la gracia de dios.