Si quieres escuchar el audio pulsa en el player

soraya rajoyHace ahora tres meses, cuando empezaba a fraguarse el baile de los nombres que podían entrar en las codiciadas listas electorales, les alertaba yo acerca de la aparición de aquellos y aquellas que iban a jugar el papel de meritorios o meritorias para ver si pillaban cacho con el jefe o la jefa y conseguían así colocarse.

Les invitaba entonces a hacer sus apuestas y descubrir, cuando aparecieran las listas, quién encajaba en el papel de meritorio y les recordaba, como así ha sucedido en algún caso que, normalmente, el meritorio se queda siempre a las puertas en ese punto tan poco agradecido de “currar pa ná” que la señorita desagradecida acaba otorgando como haciendo un favor.

Pero no era exactamente de eso de lo que yo quería hablarles, sino de un paso más allá en el meritoriaje que es lo que, con ocasión del debate a tres más una, ha sido capaz de alumbrar una mente tan preclara y visionaria como es la del registrador Rajoy.

Visionario, sí, porque gracias al truco de meter la liebre entre los galgos, don Mariano ha conseguido, de una tacada, un triple efecto:

El primero y más importante el de poder hincharse a gamba blanca y jamón de jabugo, con toda tranquilidad, mientras veía la cosa en Doñana como si fuera un jefe de casting.

El segundo, evitarse el ataque de los lobos pegando dentelladas acerca de Bárcenas, de aquellos sobres marrones o aquellas cajas de puros, de todo el entramado de saqueo organizado y financiación ilegal, de los cientos de encausados y de todas las trampas habidas y por haber.

Y el tercero echar a rodar a la joven Soraya por si finalmente los patrones del capital decidieran jugar, como parece, una segunda baza aparentemente más presentable. Operación Pinina creo que lo llaman.

Es decir, el meritoriaje elevado no se sabe si a sutil finta política o a puro mamporrerismo.

Antiguamente, los meritorios en las compañías teatrales, a fuerza de ver un día y otro la función, se sabían al dedillo todos los papeles. Así, cuando ocurría el feliz suceso de que alguien se ponía enfermo, nuestro joven meritorio o meritoria estaba en condiciones de subir a las tablas y demostrar, ya con texto, todo el caudal dramático o cómico que corría por sus venas. La gran oportunidad. Claro está que, en la mayoría de las ocasiones, lo que pasaba es que se ponía de manifiesto, precisamente, la carencia de ese caudal.

En este caso, está claro que la joven Soraya se sabía perfectamente el papel de su señorito, por un lado porque parte del libreto es suyo y por otro porque está todo tan trufado de lugares comunes, medias verdades, cifras trucadas y vírgenes del Rocío que, en realidad, no estamos ante una interpretación compleja. Vamos, que estamos más bien ante un sainete que ante un drama calderoniano.

La cuestión está en saber si el truco ha colado y si los casi diez millones de asistentes a la función no se han dado cuenta del montaje, pero lo cierto es que, según parece, no ha sido así.

Y es que, según cuentan hasta los propios, todo el mundo ha notado que la sustituta no tenía barba y que no se le cerraba el ojo cuando intentaba colarlas. Hay quien dice, además, que ha sido un grave error y que puede tener consecuencias el día 20, pero, como dice Don Mariano, eso está por ver.

Además, qué coño, las gambas estaban buenísimas… y del jamón, ni hablamos.

Juan Santiago