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Las crisis pueden ser marcos de oportunidad en los que se acrediten resistencia, capacidad de liderazgo y cohesión de los nuevos equipos.

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crisis puede hacer por tí

 

Las crisis políticas tienen algunos efectos positivos.

Sirven, por ejemplo, para conocer el nivel de resistencia de los afectados por ellas, tanto en el caso de los políticos individuales como en el de las organizaciones.

En este sentido, vienen a ser como ese invento bancario del capitalismo neoliberal que han dado en llamar pruebas de estrés. Claro que, en el caso de los bancos no deja de ser un paripé teórico para que los prebostes decidan en cada momento qué banco se supone que está fuerte y qué otro necesita vitaminas, mientras que en el de la política las pruebas de resistencia se hacen a pelo, sin anestesia y sin previo aviso. Es más, generalmente se perpetran a traición y sobre seguro que es como siempre se definió el concepto jurídico de la alevosía.

Se dirá entonces que dónde esta el efecto positivo y realmente no se encontraría si no acudiéramos al baúl de los tópicos y las frases hechas y sacáramos aquello de que lo que no mata engorda.

Efectivamente, todo aquel que ha pasado una crisis y ha acreditado un nivel de resistencia suficiente para salir vivo (políticamente hablando, claro) queda generalmente más macizo, más compacto, más “arvellanao” que dicen en mi pueblo y, por tanto, en mejores condiciones para la próxima que, sin duda, llegará.

otro efecto positivo puede ser la acreditación de la capacidad de liderazgo

Pero, además, tienen otro efecto positivo como es la acreditación de la capacidad de liderazgo. Un valor, por cierto, que hoy cotiza más a la baja que el concepto de la lealtad, que ya es decir.

Hay quien se enfrenta a la acción política pensando que con unas buenas dosis de frases hechas o de lugares comunes, mezcladas con unas gotas de optimismo irrefrenable a las que, en caso de apuro, se puede añadir un puñado de buenos deseos, el camino al liderazgo está casi hecho. Y la verdad es que son cosas que no molestan y que, incluso, están bien vistas, pero sólo cuando el aspirante a líder añade a ese equipaje la bolsa de las crisis bien resueltas es cuando la figura empieza a perfilarse y a ser reconocible como alguien en condiciones de conducir al personal.

Y hay, por último, un efecto positivo mucho más serio y mucho más provechoso desde el punto de vista del bien común que es, en definitiva, el verdadero objeto de la política. Es un efecto depurativo y purificador porque sirve, sobre todo, para clarificar y para airear.

Y no sólo hacia afuera, para permitir que los ciudadanos tengan un conocimiento más exacto de sus gobernantes, que eso sí que es transparencia, sino, incluso, hacia adentro porque pone a los equipos frente a realidades y situaciones que, o bien no se habían puesto de manifiesto o habían quedado soterradas por la propia inercia de la acción diaria.

Es decir, que, a la larga, y gracias a las crisis se consiguen por esta vía, equipos más compactos, mejor definidos y mejor adaptados.

Por eso, no hay que temerle a las crisis. Vienen de serie en el equipo del buen gobernante.

Nadie quiere reconocerlo, pero, en realidad, si se miran con detenimiento los vídeos y las fotografías de los traspasos de poderes, se puede observar que esas carteras tan aparatosas que se intercambian entrantes y salientes entre flashes y sonrisas, no están vacías como pretenden hacernos creer, sino que están llenas de todas las crisis no resueltas que le endiñan al que llega para que vaya calentando.

Bueno, de eso y de algún sapo, pero esos sólo son para mojar en el café del desayuno.

Juan Santiago