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Ciudadanos, Ernesto Laclau, Partido Popular, Podemos, hegemonía, politica, Íñigo Errejón
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Vaya por delante mi convencimiento de que las previsiones en estos momentos de volatilidad demoscópica son poco menos que un juego de salón.
Aún así, llevamos ya algunos meses en los que se refleja un cierto “cansancio” o “mal de altura” en las expectativas que se reflejan con respecto a Podemos y parece evidente, además, que esa fatiga coincide en el tiempo con la explosión de Ciudadanos, sobre todo a raíz de las elecciones andaluzas. Tanto es así, que parece que entre ellos se esté jugando una partida de ajedrez para tratar de aprovechar el enrocamiento de Susana Díaz tras el alfil y la torre que son Chaves y Griñán.
Partiendo de la base de que cualquier análisis puede ser desmentido por nuevos sondeos mañana y, sobre todo, por lo que resulte de las elecciones del próximo 24 de mayo (y da la sensación de que vamos a estar ante un cuadro enormemente complejo de desentrañar), algunas reflexiones se pueden articular con algún viso de que no sean excesivamente descabelladas.
Para mí la clave puede estar en la propia la utilización que los líderes de Podemos han hecho, desde un principio y de manera expresa, de la “hegemonía” como concepto central de su ideario político y estratégico. Un concepto enfocado desde un punto de vista postgramsciano y básicamente apoyado en las teorías “populistas” de Laclau.
Basta leer el Obituario de Ernesto Laclau, publicado por Íñigo Errejón a la muerte del pensador argentino, para darnos cuenta de que esa transversalidad del discurso actual de Podemos tiene ahí precisamente su raíz.
“Este poder es la hegemonía: la capacidad de un grupo de presentar su proyecto particular como encarnando el interés general” o “No se trata sólo de liderazgo ni de mera alianza de fuerzas, sino de la construcción de un sentido nuevo que es más que la suma de las partes y que produce un orden moral, cultural y simbólico” son frases de Errejón que sintetizan de modo claro cuál es la deriva adoptada y cuáles son sus fundamentos teóricos.
Aun así, no olvidemos que esta base argumental y estratégica no está únicamente en la raíz del nuevo partido sino que el concepto de hegemonía se encuentra, desde las aportaciones de Antonio Gramsci, en todo el discurso de la izquierda y, aunque más disimulado y negado, en toda la derecha y en los populismos que contiene.
Errejón – y supongo que buena parte de la dirección de Podemos – no esconde que éstas son sus señas de identidad y ahí está su tesis doctoral sobre la lucha por la hegemonía del MAS en Bolivia (2006-2009) para acreditarlo.
El dirigente de Podmos no dudó en escribir que “Ernesto Laclau ha fallecido cuando más falta hacía, en el filo de un momento de incertidumbre y apertura de grietas para posibilidades inéditas. Para pensar los desafíos de la sedimentación de la irrupción plebeya y constituyente en los estados latinoamericanos y para atreverse en el sur de Europa con los retos de cómo convertir el descontento y sufrimiento de mayorías en nuevas hegemonías populares.”
Por eso resulta difícil hablar de programas ocultos u otras simplezas que se pueden utilizar para combatir el fenómeno irruptivo de Podemos.
Pero, volviendo a la actualidad, el problema de ese mal de altura podría estar, precisamente, en una aplicación en exceso teórica y mimética de los modelos académicos a una realidad cambiante en las que hay unas fuerzas en presencia y unos poderes muy concretos y en la que la estructura de clases no ha alcanzado (y posiblemente no alcance nunca) las condiciones necesarias para esa aplicación automática de los modelos.
Por decirlo de una manera clara: Podemos había logrado atraer a su acción política a una masa global descontenta pero de procedencias ideológicas muy distintas que no tenían otra manera de mostrar su malestar.
De eso, que se habían dado cuenta en el nuevo partido, también habían tomado nota los poderes económicos y financieros que disfrutan en la actualidad no sólo de los recursos económicos sino, sobre todo, de la mayor parte de los medios de comunicación gracias a un proceso de concentración brutal.
A partir de ese momento, una mezcla de campañas feroces de descripción de peligrosos chavistas y la reactivación de una fuerza de derechas existente, pero presuntamente presentable, se pone en marcha, al parecer con cierto éxito.
Creo que no de otro modo se puede explicar el salto adelante de un partido regional con nueve años de antigüedad. No se puede explicar si no es por una apuesta decidida de quien necesita un recambio para conseguir que todo permanezca.
Un recambio que, por otro lado, a mi me parece que puede consolidarse como permanente ya que, a mi modo de ver, se equivocan quienes dicen que Ciudadanos es la marca blanca del PP. Antes bien, estoy por asegurar que será el PP quien acabe siendo la marca blanca y antigua de los pata negra modernos y juveniles de Ciudadanos.
Mientras tanto, en todo ese proceso, Podemos parece haber perdido la pata derecha de su transversalidad y es muy probable que le resulte muy complicado alcanzar aquella “construcción de un sentido nuevo”, entre otras cosas porque, en el camino hacia los consensos que fundamentaran las nuevas hegemonías populares, ha contribuído a un deshilachamiento de la pata izquierda que le puede acabar dejando en una peligrosa tierra de nadie.
Estoy convencido de que es una temeridad tratar de ningunear el fenómeno, sin duda beneficioso, que ha supuesto la aparición y consolidación de Podemos. Afortunadamente, nada debería ser igual que antes.
Sin embargo parece cada vez más evidente que los consensos reales que ayuden a la creación de las nuevas hegemonías populares no pueden pasar por la desideologización del discurso porque una cosa son los discursos inclusivos y otra bien distinta es la apostasía.