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Castropol, Puente de los Santos, Rajoy, Ribadeo, administración local, corrupción
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La oscuridad del puente que une Asturias y Galicia, de Castropol a Ribadeo, es una buena metáfora del desprecio de un gobierno en funciones y su desconexión con unos ciudadanos que no están en su oscura agenda
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La oscuridad que se cierne por las noches sobre el Puente de los Santos, esa infraestructura que une Asturias y Galicia sobre el estuario del Eo, puede funcionar perfectamente como metáfora que describe la situación por la que atravesamos.
Por un lado, pone de manifiesto el desprecio y abandono a los que, como una especie de manto de invisibilidad, nos somete un Ministerio de Fomento que es capaz de olvidarse de obligaciones tan básicas como la seguridad y la vida de los ciudadanos por asistir con un poco de calderilla al palo de los ahorros y recortes que Rajoy está dispuesto a inmolar en el altar de su amigo Junker, famoso patrocinador de paraísos fiscales.
Claro, es normal. Dentro del ámbito europeo o español, lo que les pueda suceder a un puñado de votantes, casi irrelevante, no es motivo para que gente de tan alta condición tenga que preocuparse lo mas mínimo.
Aunque, bueno, basta un gramo para desequilibrar el fiel de la balanza. Y si no que se lo pregunten a los austriacos y su elección presidencial decidida por apenas un puñado de sufragios.
Por esa condena a la oscuridad y, sobre todo, por el desprecio del Gobierno en funciones es importante que los ayuntamientos, en este caso de Ribadeo y Castropol, traten de hacer visible la existencia de un problema absurdo, inexplicable y de tan bajo coste. Será necesario, como tantas otras veces, que tengamos que llorar una desgracia para enzarzarnos en responsabilidades que nadie querrá asumir. A fin de cuentas, la curva de Angrois tampoco está tan lejos de aquí.
Por otro lado, y siguiendo con la metáfora, esta oscuridad, producto de la falta de luz eléctrica, tiene mucho que ver con la desconexión real del gobierno con los ciudadanos a los que debe servir. Es como si hubiera saltado un fusible, los plomos que se decía antes, y no existiera posibilidad de que el poder tuviera contacto con la realidad en la que viven las personas. Queda así el gobierno dedicado a sus manejos y a sus desmanes, a ese ahorro de las cosas minúsculas mientras se atienden los intereses de aquellos a quienes sí se está conectado por algo más que un simple cable, por un auténtico cordón umbilical.
Claro, que también tenemos que reconocer que éste es un apagón minúsculo si lo comparamos con la oscuridad de este quinquenio negro que parece habernos sumido en las sombras de Mordor y que pretende perpetuarse.
Casi es nada nuestro puente a oscuras si lo comparamos con esos nubarrones espesos cargados de financiación ilegal, de pitufeos, de sobresueldos, de suplidos a justificar, de asociaciones ilícitas, de fianzas millonarias, de visitas papales, de púnicas, gurteles o cajas B.
Quizás la solución no esté en reparar la conexión o en poner hilo nuevo en los plomos para que vuelva la luz.
Quizás la solución consista en una nueva fuente de energía con la que podamos conectar de una manera más natural y sencilla. Una nueva fuente de energía que no provenga de esos combustibles fósiles que sólo enriquecen a los de siempre, sino que disipe las nubes para que volvamos a ver la luz.
Porque, quizás, la luz no esté al final del túnel sino al final del puente que empezaremos a atravesar a finales de junio.