Las elecciones europeas han dejado en España una evidencia: la izquierda puede cercar a la derecha, pero la derecha va a seguir gobernando con absoluta impunidad.
Esa aparente contradicción tiene culpables que, en puridad democrática, deberían responder; pero ahora, con los resultados en caliente, la realidad es que, aunque el aldabonazo ha sido tremendo, no se sabe si alguien ha puesto el oído para escuchar.
No se trata de de hacerse hoy el listo sino de recordar lo que hace ya demasiados meses se viene repitiendo:
Este país está harto de políticas socialmente devastadoras, fundamentadas en la creación de desigualdad.
En este país existe una base sociológica de izquierdas que reclama el fin de esas políticas.
Esa base sociológica ha estado huérfana y, en gran medida, abandonada por fuerzas políticas que han hecho dejación de principios básicos en los que la población se veía reflejada.
Las élites de esas fuerzas políticas, es decir, los aparatos aposentados, han dejado de lado a su propia base militante y simpatizante que, básicamente, no se ha abstenido, sino que ha buscado refugios acordes con su pensamiento.
Esos mismos aparatos han preferido mantener las crisis latentes en lugar de abordar desde un principio, con claridad y generosidad, un proceso de renovación imprescindible a base de conferencias incomprensibles y designaciones a dedo.
Hoy, vendrá la reflexión. Mañana empezará a ser tarde para actuar.
Finalmente, si alguien cree que el rottweiler va a soltar la presa, lo tiene claro. A ellos les basta levantar el fantasma de la extrema izquierda, los perroflautas y los anormales. Si la izquierda se queda mirando y poniéndose de perfil, el aldabonazo no habrá servido de nada.
Cada cual asuma su responsabilidad, pero la receta es simple: democracia, democracia y más democracia. El soberano no está en la Zarzuela sino en la calle.
A ver si nos enteramos.