Antiguamente, la tendencia era confundir liderazgo con caudillaje. Quien ostentaba el poder era el jefe, el dux, el führer, el caudillo, en definitiva. El líder era el conductor del pueblo, investido, incluso, de la gracia divina, que no en vano lo era “por la gracia de Dios”, como nos recordaban desde el anverso de las monedas.
Pero hoy no. Hoy, en el mundo mediático en el que vivimos, rodeados y sepultados en la metainformación que nos ocultan unos mass media concentrados alrededor de los grandes grupos financieros, la tendencia o la “orden” es confundir el liderazgo con el estrellato.
Para ello nace eso que se conoce como “marketing político”. Algo que consiste básicamente en contratar a un presunto/a gurú, supuestamente experto en “tendencias sociales”, que moldea, como en “Misión imposible”, una careta que oculta la verdadera imagen del elegido y ofrece un rostro que, al parecer, es el que toda la masa popular esperaba contemplar. Y no sólo, porque también le coloca un dispositivo que le hace hablar con una voz que sólo emite las palabras que todos quieren oír.
Así, hoy, cuando vemos hablar, por ejemplo, a Rajoy, es posible ver, si uno se fija bien, la sombra de Arriola que, como Cyrano de Bergerac, dicta a Mariano de Neuvillette las hermosas palabras que todos quieren escuchar.
Y en esas estamos. Proyectando en la máquina hermosas caretas, agradables a la vista, y dictando al oído del tapado las palabras que según el/la experto/a puedan halagar el oído del oyente o espectador. Así, si lo que creemos que vende es el proteccionismo animal, nos tapamos ante la audiencia en el burladero del antitaurinismo, aunque otrora hayamos ocupado burladeros de más postín. O, si entendemos que el enemigo no es el que estafa a los ciudadanos sino el que se gana los votos que consideras tuyos, lo acusas de populismo aunque tú te dediques a intervenir en programas “ejemplares”.
Lo que sea. Lo que dicte la Cyrana de turno que es, a fin de cuentas, como experta, la depositaria del discurso político e ideológico. Allá penas la historia, las ideas, los programas, los congresos, el debate o las promesas. El mundo es del que figura, del que aparece, del que mejor da en la foto o del que mejor se quita la chaqueta.
Todos los implicados parten, pues, de una comprensión del liderazgo desde un punto de vista exclusivamente comunicativo. Un liderazgo que, para ellos, se consigue básicamente a través de la aparición en los medios, ofreciendo titulares o pendientes de la hora de entrada de los informativos. Se olvidan siempre de que la cualidad fundamental del líder político reside en el bagaje moral, en la capacidad transformadora, en el establecimiento de unas metas comunes que ilusionen a la ciudadanía y en una credibilidad ejemplar en la que, tanto el colectivo interno (el partido) como el externo (el conjunto de los ciudadanos), puedan sentirse reflejados.
No se trata, por supuesto, de permanecer oculto en la cueva. Todo lo contrario. El pueblo está en la calle y es ahí donde hay que encontrarlo. Pero resulta insoportable comprobar que los presuntos líderes políticos puedan pesar tan poco como esos muñecos de guiñol que se meten en los puños de los poderosos.