Que el título de esta entrega no nos llame a engaño. El ejemplo al que se alude no es, en absoluto, esperanzador, sino profundamente pesimista.
Portugal lleva cuarenta años marcándonos la pista. José Afonso ocupó el dial ibérico completo, no sólo el portugués, aquel 25 de abril. Grândola Vila Morena no sólo marcó el paso a los capitanes de los claveles, sino que resonó también en una España marcada por un régimen político supuestamente agonizante.
Hoy, cuarenta años después, comprobamos que el espejo portugués nos sigue reflejando y nos enseña cómo los claveles se han marchitado bajo el soplo de unas clases dominantes expertas en el maquillaje, el camuflaje y la adaptación. Primero en Portugal y luego aquí.
Las prácticas económicas, las prácticas sociales y las prácticas políticas, incluidas las traiciones, se han ido reproduciendo de manera casi mimética.
Las presuntas reformas, las mentiras programadas, los recortes salvajes, la corrupción sistemática, la depauperación del pueblo, la pérdida de derechos, se han ido sucediendo en la Península, de Oeste a Este, con precisión relojera ante la mirada incrédula de unos ciudadanos que ya ponen en cuestión valores democráticos que creíamos instaurados por los siglos de los siglos.
El ejemplo está quizás en los capitanes a los que se expulsa del Parlamento por la osadía de querer recordar a los representantes de la soberanía popular lo que se siente en las calles. Por eso, ellos van al Largo do Carmo mientras otros se encastillan en sus dogmas inmutables y se empeñan en hacer lo que hay que hacer.
Dice Vasco Lourenço que hoy no es posible en Portugal otra revolución de los claveles con un pueblo paralizado por el miedo y el sufrimiento. Ese es el espejo en que podemos mirarnos.
Pero, ¡ojo! porque puede haber alguien que tenga la tentación de interpretar que las revoluciones, si en las bocachas hay claveles, no dan resultado.