Dice uno de los aspirantes a la Secretaría General del PSOE de Castilla y León, que no ha aprendido nada aquel que no haya entendido que ha llegado un tiempo nuevo a la política. Puede ser. Pero, si ello es así, la sensación que existe es que pocas enseñanzas parecen haberse extraído en el seno de la nueva dirección del Partido Socialista.
Desde luego, no parecen hábitos de nueva política posar con Manuel Valls, adalid del ala más a la derecha del Partido Socialista Francés y azote de políticas expansivas, por más que, junto a Renzi, acabaran de quitarse las chaquetas para hacerse la foto “juvenil y moderna”.
Tampoco parece propio de los nuevos tiempos que ya se han instalado el desdecirse de la palabra dada en campaña y posponer, otra vez más, unas primarias de las que los aparatos en realidad abominan y que, a cada manoseo que se les hace, quedan más desdibujadas y alejadas del sentimiento de las bases.
Una vez más, todo se fía a supuestas cuestiones estratégicas sin darse cuenta siquiera de que, incluso estratégicamente, la fecha ahora propuesta es un auténtico desatino. Alguien debería advertir que, hasta ahora, todos los retrasos que se han ido acumulando no han servido más que para abrir un poco más el hoyo electoral en el que el Partido Socialista parece empeñado en sepultarse.
Tengo, además, la sensación de que la fecha elegida ha sido impuesta por quienes no querían ningún tipo de interferencia antes de los comicios autonómicos, no fuera a ser que un Secretario General más reforzado impusiera directrices que alguno no pudiera cumplir. En cualquier caso, si el Secretario General piensa que va a llegar políticamente vivo a finales de julio si se cumplen los funestos pronósticos que se ciernen sobre el partido en las municipales y autonómicas, no es que no haya aprendido nada, es que debería hacérselo mirar.
No han pasado cien días, pero han pasado sesenta que, en los tiempos que corren y por más que haya habido verano de por medio, son mucho más que una eternidad para conceder períodos de gracia. Ha pasado, además, un Comité Federal en el que ha podido dirigirse al partido y es, por tanto, tiempo suficiente para saber qué ha sido del supuesto efecto Sánchez.
Una cosa parece evidente y es que la eficacia de los presuntos efectos se ha de medir por su capacidad para modificar la situación indeseada en la que la organización se encontraba antes de llegar quien había de producir ese efecto. Más claramente, sólo se podrá hablar de efecto beneficioso si la figura del nuevo Secretario General concita nuevas adhesiones, tanto externas como internas, que eleven de manera sustancial las expectativas electorales que se manifestaron tras las elecciones europeas.
Y la pregunta es ¿son mejores esas expectativas? ¿podemos decir que el Partido Socialista ha tocado fondo y remonta por encima de aquel nefasto 23%?
Yo, desde luego, no lo sé (aunque lo sospecho) y, seguramente, ni el propio partido lo tiene claro pero, en realidad, no es tanto un mero problema de números como de un cambio de discurso que se advierta como capaz de concitar esas adhesiones de las que hablábamos.
Y ahí es donde, desde mi punto de vista, el efecto Sánchez se diluye. En primer lugar, porque llevamos dos meses actuando casi al cien por cien en clave interna, haciendo encaje de bolillos “baronil” para llegar al Comité Federal, dejando pelos en la gatera, pero sin fracturas evidentes y, en segundo lugar, porque se siguen utilizando las dos mismas palancas, no ideológicas sino estratégicas, que, de puro usadas, ya no levantan nada: la presunta equidistancia entre PP y Podemos (el nuevo enemigo) y el rigor que nos invade porque, no en vano, somos “un partido de gobierno”.
En realidad es una misma palanca nada equidistante porque el énfasis acaba poniéndose en el lado izquierdo cuando lo que se quiere decir es: “No es verdad lo que afirman estos de Podemos cuando nos incluyen en un mismo saco con el PP. Lo que ocurre es que, como nosotros somos gente seria y un partido de gobierno, no estamos en condiciones de hacer propuestas como las que hacen estos populistas de Podemos”.
Pero, claro, lo que así se está haciendo es, sencillamente, afirmar de manera rotunda que el PSOE es un partido de alternancia, sistémico, sin capacidad transformadora y que asume consciente y voluntariamente un esquema de poder estable que elude cuestionar unas estructuras que se han acreditado como corruptas e insoportables para las clases más desfavorecidas. En eso consiste el rigor. Simplemente en asumir como inevitables unas estructuras de poder que no resisten un mínimo análisis.
Y se olvida, además, algo tan importante como el fundamento del propio sistema democrático. Porque no existen los partidos de gobierno. Existen los partidos que aspiran a concitar una amplia representación popular que les permita gobernar en beneficio del pueblo que otorga esa representación. Pero eso no se tiene. Eso se obtiene conectando con los deseos y los anhelos de quienes han de confiar en ti para otorgarte su representación. Todo lo demás, la presunta seriedad, el autoproclamado rigor y la autoconcedida condición de gobierno, se quiera o no, no son más que puras manifestaciones de despotismo.
En ese sostenella y no enmendalla en el que parece que se sigue empecinado es donde no se aprecia la existencia de ningún efecto Sánchez que pueda resultar positivo para el Partido Socialista. Un partido necesitado, hoy más que nunca, de un ala izquierda fuerte, significada y con capacidad de maniobra para reconducir ideológicamente unas estructuras que no acaban de ver el tiempo nuevo que ha nacido para la política. Para aglutinar a todos esos militantes que existen y que desearían volver a escuchar a sus dirigentes proclamas que defiendan los conceptos por los que muchos se dejaron la vida.
Un partido en el que aún quieren creer y por el que aún quieren votar. Un partido que no necesita efectos especiales y al que, sin duda, le sobra más de un defecto. Incluido el defecto Sánchez.