Las ausencias duelen. Y mucho. Yo acabo de estrenar una y me doy cuenta de que funcionan como los trajes estrechos: oprimen y apenas dejan respirar.
Y lo peor es el silencio. Que se apague una voz que me acompañaba. Una voz que me hacía estar bien, incluso conmigo mismo.
De esas voces van quedando pocas o, al menos, a mí me van quedando muy pocas.
En realidad, eso es lo que más siento. Ese trozo de silencio que me va a quedar en un discurso que era compartido.
Y es curioso que eso sea lo que más siento en este momento, porque a mí, y debe ser cosa de la edad, cada vez me molestan más las voces que no suenan a compás.
Ya ves, un sentimiento egoísta, pero es así y no lo voy a disimular.
Tomaré un vino de la Ribera por ti, compañero.
No sé si podré perdonarte algún día este dolor. Tampoco pienso intentarlo.
Un beso, amigo.
2 comentarios
Ana María Méndez Infanzón said:
14/04/2015 a las 16:38
Breve pero bello y cargado de sensibilidad.
Precisamente esta mañana pensaba que se va una voz. Una voz sosegada, apaciguadora, calmada. Una voz que daba vida a una palabra y a un discurso sabio, entretenido y elegante.
Tengo pendiente una nueva charla que se hará esperar, ésta se pintaba jocosa, cargada de sarcasmo y entretenida como cada pedazo de conversación al lado de un hombre de palabra, reflexivo, respetuoso y con gran experiencia.
Somos muchos los que hoy tenemos el alma craquelada por un hecho que no tiene vuelta de hoja, por una ausencia que siembra silencio.
Juan Santiago said:
14/04/2015 a las 18:23
Gracias, Ana. Que el silencio no nos mate.