Para mi hermano Pepe, un hombre tierno y bueno
No creo mucho en las casualidades y aún así, se producen. Asistí ayer a la proyección de un honestísimo documental de Luis Felipe Capellín, de profesión rescatador de olvidos, que lo mismo rescata la memoria de un guerrillero que la raza de los caballos asturcones, y se me mezcla hoy con la entrevista que leo en publico.es a mi admirado Vicenç Navarro, una de las pocas mentes lúcidas que vienen quedando en este puñetero país.
El documental de Capellín, Guerrillero Quintana por título, se centra, a través de la figura de Adolfo Quintana Castañón, en la memoria del maquis asturiano, de los guerrilleros autóctonos que, en los años cuarenta y primeros cincuenta del siglo pasado, hicieron frente a la represión de la dictadura franquista y que acabaron olvidados y traicionados, incluso por sus compañeros políticos.
Por su parte, Vicenç Navarro, plantea una tesis llena de sentido histórico al afirmar que la política del olvido ha permitido promover la visión de España de los ganadores de la Guerra Civil y al reivindicar la figura de aquellos familiares que fueron literalmente obligados a olvidar y a los que convencieron de que ese olvido era un acto de reconciliación necesario.
Inmediatamente me he vuelto a ver, de niño, junto a mis hermanos, frente a mi madre, anegada en lágrimas, contándonos la historia de mi abuelo, Juan Corvillo, cartero y militante de la UGT, asesinado en las tapias del cementerio de Cordoba en los primeros días de la sublevación militar golpista. Creo sentir que lo peor para mi madre no fue el quedarse sola, a los dieciséis años, con un hermano pequeño y saber que a su padre, al que adoraba, lo habían fusilado. Lo peor, sin duda, fue, la renuncia que hubo de hacer durante muchos años a mostrar el orgullo de ser hija de su padre. Estoy convencido de que eso fue lo que trató de transmitirnos aquel día en que contó a sus hijos la tragedia de su vida.
La sociedad que olvida, no se reconcilia con nadie, ni siquiera consigo mismo. La sociedad que olvida, simplemente se vuelve loca, porque la locura, la demencia, empieza precisamente, cuando vamos dejando atrás lagunas vacías, agujeros negros, sin vida ni recuerdos.
Y quienes promueven el olvido no lo hacen por un sentimiento de altruismo, sino por pura conveniencia y por mantener su posición de dominio.
Este país tiene una historia en la que ha de estar, de modo relevante, la memoria de los vencidos, de los muertos, de los maltratados, de los torturados y de todos aquellos que fueron obligados al silencio y al olvido. Sobre todo porque esa es la verdad de este país aunque nos quieran obligar a una especie de buenismo reconciliador que siempre favorece a los mismos, a los vencedores y a sus cachorros.
Por eso, como hace Capellín, hay que reivindicar a Quintana, muerto en El Pedroso junto al Canario, acribillados por decenas de pistoleros al modo de Butch Cassidy y The Sundance Kid; hay que reivindicar a los padres de Vicenç Navarro, maestros republicanos y liberadores de mentes infantiles, y hay que reivindicar a mi abuelo, Juan Corvillo, muerto ante el pelotón de fusilamiento con la gorra de cartero, el símbolo de su oficio, en la mano.
Porque si no los reivindicamos, si los olvidamos, nos volveremos locos. Y los locos no se reconcilian con nadie.
Juan Santiago