Todas las noticias que, día a día, nos caen en la cabeza no hacen más que apuntalar la evidencia de que nos encontramos en medio de un espiral producida por unas esferas corruptas que se han dedicado en los últimos años a saquear, en beneficio propio, a las clases medias y bajas de la sociedad.
Nos hemos instalado así en una auténtica Corruptópolis, en una suerte de oscuro Gotham, en la que las oligarquías financieras y empresariales —que son, en realidad, lo mismo— han dado un salto definitivo en esta especie de última fase del capitalismo y han decidido que todo el pastel es suyo.
Como para eso necesitaban mano de obra, se han dedicado a captar a quienes habían de servirles como auténticos mamporreros (eso que se conoce como el diez por ciento que sirve al uno por ciento). Y lo han hecho mezclando en el cóctel lo necesario: una parte de la clase política que es, en definitiva, a quien hay que dictar las leyes, otra parte de la clase periodística que es quien ha de crear la propaganda y difundir las consignas y unas gotas de esencia sindical y patronal que siempre da color.
Se han creado de este modo unas estructuras permanentes en el tiempo, organizadas y sistematizadas que tienen más que ver con el crimen organizado que con cualquier praxis política, empresarial y financiera que pueda ser presentable en un estado democrático y justo.
Y no es demagogia como se empeñan en señalar los aparatos de propaganda. Es una evidencia. Hoy sabemos que el tejido político y financiero español está absolutamente infectado de Cajas B, sobresueldos, tarjetas opacas, cuentas en paraísos fiscales, comisiones en negro y otras lindezas similares.
El escándalo de las tarjetas en negro que ha llevado a unas decenas de bolsillos más de dos mil quinientos millones de pesetas (es bueno, de vez en cuando, hablar en pesetas para comprobar la dimensión) es una de las puntas del iceberg que ha servido para poner de manifiesto una de esas derivadas.
Con el dinero de los ahorradores (los ricos son ricos porque no gastan lo suyo) y a través de instituciones financieras que debían servir para canalizarlo sin ánimo de lucro, se organizó un sistema de premios y recompensas dirigido a las estructuras políticas y sindicales que asistían de manera dócil a los manejos que enriquecían a los del piso superior.
Y se hacía de una manera estructurada, con unas cuotas de participación de cada partido ajustadas a lo que se consideraba correcto (la derecha el doble que la izquierda), utilizando procedimientos de apariencia legal y descansando en una ley del silencio (la omertá de la mafia siciliana) que protegía a la secta beneficiaria.
Lo más gracioso, si algo pudiera tener gracia en este sindiós, es escuchar a determinados individuos dándose golpes de pecho y utilizar términos como “execrable” para referirse a la conducta de quienes son sus conmilitones, compinches y compañeros de fatigas en amnistías fiscales, cajas b y otras fruslerías parecidas.
Esos mismos son los que han participado en campañas electorales financiadas con dinero de procedencia irregular, los que han cobrado, como en el caso del ínclito aspirante a Comisario, sobresueldos que se añaden a sus remuneraciones públicas y que se pagan por todos los ciudadanos vía impuestos, que han recibido de sus partidos “préstamos” a interés cero sufragados por los mismos ciudadanos, que han cobrado comisiones, que han percibido complementos opacos y periódicos mantenidos a buen recaudo en algún paraíso o que, simplemente, han metido la mano en las cajas (la A y la B).
Toda esta amalgama es la que ha conformado una estructura de estado que ha corrompido hasta el último rincón y que hace que nos preguntemos si estamos, de verdad, dentro de un estado verdaderamente democrático o vivimos en una apariencia o ficción, una especie de Matrix en la que nos mantienen las máquinas, en este caso, la maquinaria aplastante de la oligarquía financiera y sus palmeros.
A este respecto cuadra perfectamente una cita reciente de Stiglitz:
“La principal interrogante a la que nos enfrentamos hoy en día realmente no es un cuestionamiento sobre el capital en el siglo XXI. Es una pregunta sobre la democracia en el siglo XXI.”
Y en este simulacro de democracia nos encontramos con que es, precisamente a esos corruptos a los que oímos ahora hablar de regeneración. Pero se olvidan de que, un cuerpo corrupto, es decir, podrido, lo único que exhala es pestilencia y gusanos. Se olvidan de que no se conoce el caso de ningún cuerpo que, una vez que se ha corrompido, se haya podido regenerar. No se dan cuenta de que por ejemplo, la mojama del brazo incorrupto de Santa Teresa no se regeneró en una nueva y rozagante monja sino que quedó para amuleto de dictadores agonizantes.