Está claro que un virus se ha apoderado de la clase política y de las instituciones españolas. Un virus que, en principio, no mata pero que produce alucinaciones y ceguera.
Esas alucinaciones crean en los infectados la sensación de estar solos en el universo mundo, la audición de voces que sólo ellos escuchan y, finalmente, una nube en su mirada que les hace avanzar inexorablemente hacia un mundo vacío, como si fueran caminantes blancos.
Ese síndrome les ha hecho ahora atreverse a abrir una caja de Pandora que habían ocultado cuidadosamente en el fango.
Lo que salga de esa caja a ellos no parece importarles, investidos como están de unos poderes sobrenaturales que la propia enfermedad les atribuye.
El problema para ellos es que algo va a salir y puede ser que suponga la colocación de obstáculos que se interpongan en su camino.
El siguiente problema es que el virus no ataca solo a aquellos que visten hoy la púrpura, sino que convierte a presuntos represenantes en auténticos mamporreros encargados de dirigir el miembro a las entrañas de los que sólo esperan ser nuevamente violados.
Evidentemente, el futuro no está escrito y los puros de corazón pueden no sólo soltar el miembro sino incluso proceder a cortarlo.
Lástima que, aparentemente queden pocos puros de corazón.