La playa de Porcía es un paraje espectacular que se complementa ahora con un sorprendente chiringuito playero donde un grupo de jóvenes profesionales demuestran que el futuro gastronómico ya está en marcha.
Las personas de mucha edad como yo, adictos a la comida, sabemos que la gastronomía de este país ha tenido un pasado rompedor y goza de un presente glorioso. El problema es que, como si fuéramos a ser eternos, incluso nos preocupamos por cuál ha de ser su futuro. Debe ser porque tenemos miedo de que en la Residencia no nos vayan a dar algo rico a mediodía.
Pues bien. De momento, suspiramos aliviados porque en un par de visitas hemos podido comprobar mi santa esposa y un servidor que una parte de ese futuro se ha instalado este verano en la playa de Porcía, concejo de El Franco, en el ala occidental de Asturias.
No resulta sorprendente la belleza del lugar porque ésta es una de las partes de la costa más hermosas y mejor tratadas que se pueden encontrar, pero sí resulta más que sorprendente encontrar un chiringuito playero donde el nivel de lo que ofrecen para comer sea en muchos casos muy superior a la media de la oferta que existe en el resto de los establecimientos de una zona donde, en general, se come muy bien.
Y si eso resulta sorprendente, lo que ya deja boquiabierto es comprobar que ese pequeño milagro es perpetrado por un grupo de profesionales en el que apenas debe llegar a los treinta años ninguno de ellos.
En “Menos mal” — que así le han puesto al sitio — se come francamente bien gracias a una carta pequeña, ordenada y sensata basada fundamentalmente en pescados que se sirven en unos puntos de cocción perfectos y en arroces de los que no puedo de momento opinar aunque, a juzgar por lo limpias que vuelven las paelleras, malos no deben estar.
A destacar de todo lo que hemos probado, unos lomos de bonito sonrosados que se acompañan de una salsa thai y unas sardinas marinadas limpias y exquisitas de punto y aliño. Aceptable el calamar a la plancha, deliciosos los espárragos blancos, también a la plancha, y más que sobresaliente un besugo tratado de manera ejemplar.
Una comida que sale de una pequeñísima cocina gracias a la mano de un cocinero que demuestra a su tierna edad un gusto en los aliños, en los puntos y en el respeto a los productos que no debería perder según vaya creciendo.
Y una comida que se apuntala, por una parte, en una jovencísima jefa de sala que, con carácter y criterio, maneja los dos turnos de un pequeño comedor con apenas veinticinco puestos y, por otra, en el servicio de un personal de barra y mesa, amable y eficaz, en medio de un ambiente playero.
Les aseguro que es un placer ver trabajar al jovencísimo equipo de media docena de personas (el staff que diría el pijo del marido de mi nieta) en un espacio informal y reducido, sacando adelante los servicios con limpieza y con un grado de satisfacción de la parroquia más que notable a juzgar por las caras del personal.
Si quieren un consejo, acérquense a Porcía y disfruten del futuro.
Y de la comida y del entorno, claro.
Que del futuro aún no conocemos el sabor.