La estrategia del despoblamiento global supone no tener en cuenta datos que no son homogéneos y, a la vez, condenar a la desertización social a zonas en estado crítico
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He tenido ocasión de escuchar al Consejero de Presidencia del Gobierno asturiano referirse una vez más al problema del despoblamiento que padecemos y que es, sin duda, el más importante de cuantos nos afectan si tenemos en cuenta que condiciona la propia supervivencia de los territorios y su viabilidad de cara a un futuro muy próximo.
Y una vez más escuchamos hablar de que, puesto que la pérdida de población es un problema global que soporta no sólo Asturias, sino también otras regiones españolas e, incluso, otros territorios europeos, la solución debe venir precisamente de un planteamiento global a través de programas estatales o comunitarios.
Claro, nadie puede negar que esos programas y esos planteamientos globales son necesarios y que es imprescindible fijar una estrategia marco dirigida a combatir el problema. Por supuesto que eso es así. Pero quedarse en esa especie de burladero general esperando a que a alguien se le ocurra abrir la puerta de chiqueros supone, además de un suicidio, obviar varias cuestiones.
La primera, la cuenta atrás. Conocemos cuáles son los tiempos y procedimientos para la adopción de decisiones que se gastan en la Unión Europea y sabemos perfectamente cómo se está moviendo un Gobierno español que más que estar en funciones parece estar en defunciones y del que aún recordamos aquella partida presupuestaria de casi veinte millones para desarrollo rural que se recortó a mayor gloria de Montoro y su déficit incumplido.
Pues bien, aquí hay territorios que están a un paso de llegar a puntos de no retorno y que, si esperan a la conclusión de sesudos debates, les va a pasar como a aquellos ciudadanos que murieron esperando al cumplimiento de la Ley de la Dependencia.
Por otro lado, hay una especie de miopía al abordar la cuestión porque da la impresión de que se piensa en el despoblamiento regional como algo lineal y se habla, por ejemplo, de la tasa de envejecimiento de Asturias como si fuera un dato homogéneo, cuando la realidad es que dentro de ese ámbito hay unas zonas que aguantan perfectamente mientras que en otras la situación es absolutamente dramática. Tanto es así que ni siquiera, por ejemplo, dentro del propio Occidente de Asturias, los datos son, ni mucho menos, homogéneos, y nos encontramos con que en 2013 mientras que el índice de envejecimiento de los concejos de la costa occidental era de 295,14 el de los concejos del interior era bastante más del doble llegando a 740,57, tres veces y media más que la media asturiana a la que alude el Consejero. Es decir, hay zonas que están necesitadas hoy de políticas y recursos y que precisan de una visión de discriminación positiva para intentar evitar el camino a la desertización social total. Y esas zonas no pueden esperar más a la llegada de soluciones globales que, además, no se van a dirigir directamente a ellas.
Porque ese es otro problema, el alejamiento de la gestión. Ya hemos olvidado el viejo principio de subsidiariedad que reconocía que los problemas, en primer lugar, siempre se gestionan de manera más eficiente en el escalón más próximo a dichos problemas. Ahora no. Ahora vemos cómo, en una especie de nuevo centralismo, se insiste en gestionar desde fuera de los territorios, como si se desconfiara de ellos. De ahí, del alejamiento, vienen los desenfoques, los errores y el establecimiento incorrecto de las prioridades. De ahí que se planifique y se consuman recursos para unos territorios más próximos en detrimento de los más necesitados.
De ahí que nos estén condenando a la espera de que llegue la solución europea que, por cierto, cuando llegue, quedará para el área metropolitana.