Tras la muerte de Margaret Thatcher se suceden los comentarios, hagiografías y necrológicas que se mueven de un lado a otro dependiendo del sesgo ideológico que aporte el medio en que se hagan.
En cualquier caso, entendemos que la valoración que se haga en relación con políticos y gobernantes – más aún cuando se les concede la cualidad de “estadistas” – debe llevarse a cabo sobre la huella dejada.
Hay que tener en cuenta que la política opera sobre las condiciones de vida de los ciudadanos y, por ello, el político debe ser juzgado en base a su contribución a ellas. De ahí que, una vez que desaparece el gobernante, podemos valorar – y no tiene por qué ser un juicio aséptico desde el punto de vista ideológico – si, tras su acción de gobierno, queda una situación más justa, un menor número de desigualdades, o unas mayores cotas de libertad. En definitiva, si su aportación ha consistido en dejar, tras su paso, una sociedad más feliz.
Y ahí es donde, entendemos, que el legado de la desaparecida primera ministra no se corresponde con esos aspectos en los ámbitos de actuación e influencia en los que operó su actividad.
La Gran Bretaña de finales de 1990 no era más justa que la del 79, ni había obtenido mayores cotas de igualdad. Es difícil imaginar algo que ahonde más en las desigualdades y en la no redistribución de la riqueza que la implantación del poll tax, sin contar con la laminación de los sindicatos, la aniquilación del estado del bienestar o la desregulación financiera, madre de todos los desastres económicos y corruptelas de la actualidad.
En Europa sembró el camino que conducía a la integración de una desconfianza y de unos egoísmos nacionales que hoy reverdecen y pasan la factura que puede llevar al fracaso definitivo del proyecto europeo.
En el ámbito mundial poco se puede decir de un gobernante que basa su popularidad y reelección en la guerra y el rearme o que se opuso a las sanciones contra el apartheid.
Por eso, si hoy, con ocasión de la muerte de Thatcher, nos preguntamos por el mundo que dejó tras su paso por la política y el gobierno, nuestra opinión es clara: dejó un mundo peor que el que encontró y, además, por su causa, todavía lo estamos padeciendo.