Sin duda, por un broma macabra del destino o, quizás, para compensar, ha coincidido prácticamente en el tiempo la desaparición de dos personas absolutamente antitéticas como Margaret Thatcher y José Luis Sampedro.
Si en «Un mundo peor» decíamos que el mundo que dejó Margaret Thatcher tras su paso por la política fue, a nuestro juicio, un mundo peor, el que queda hoy después de la desaparición física de José Luis Sampedro es todavía peor.
Y lo es porque no estamos para perder voces libres, lúcidas, críticas, heterodoxas y hermosas como la suya.
No se trata de hacer bellas elegías que, seguramente, hubieran repugnado al protagonista, ni juegos florales alrededor de sus capacidades.
Se trata, simplemente, en tiempos de tribulación y de acorralamiento del ser cotidiano por parte del poder económico, de aprender y difundir lo más básico: la medida es la gente, el pueblo o como lo queramos llamar. A partir de ahí, deben saber aquellos a los que la vara de medir sólo les da para el poder y los poderosos, que tienen que entregar las armas y disolverse.
El mundo es hoy peor porque nos falta una voz que nos enriquecía, pero si esa voz, rebota muchas veces, como un eco, estará entre nosotros, fructificará y seguirá siendo un instrumento válido de transformación.