José Ramón Gómez BesteiroHace ya seis meses, analizaba en “Pachi tiene razón” el impulso dado en Galicia hacia un pronunciamiento de las bases con respecto al liderazgo del partido. Hoy es indudable que dicho impulso ha fructificado en un mayor acercamiento de los militantes al propio proyecto y que ese proceso se ha llevado a cabo en un clima de normalidad  y con un secretario general más legitimado y más próximo a las bases.

No se trata aquí de ensalzar la figura del Presidente de la Diputación de Lugo al que apenas conozco — aunque sí a destacados y muy razonables militantes gallegos que lo han apoyado en su acceso a la Secretaría General —  sino de constatar que el relevo producido, como diríamos en términos procesales, lo ha sido en tiempo y forma. Tampoco es desdeñable la constatación de que ese relevo se ha producido así, no gracias a la dirección federal, sino a pesar de la misma.

En el artículo de abril, sostenía que uno de los principales problemas con el que conviven los aparatos es el drama del tiempo, es decir, el manejo de los tiempos de la acción política que se suele fiar, en la casi totalidad de los casos, a razones de tipo estratégico, en lugar de a razones de tipo ideológico y de fondo, obviando que la ciudadanía y, mucho más, los militantes de un partido de izquierdas entienden con mucha más facilidad los conceptos que las estrategias.

Estos días hemos escuchado a los máximos dirigentes del Partido Socialista decir que la fijación de la fecha para un presunto proceso de primarias se fijaría dentro de la propia estrategia electoral del partido y, por tanto, como un elemento más de la misma. Ante eso, uno tiene la sensación de que no ha servido para nada el proceso gallego de renovación y de que eso acredita, una vez más, que la dirección federal ha asistido a él con el ceño fruncido y a regañadientes.

En estos momentos, la imprescindible renovación ideológica de la socialdemocracia española que representa el PSOE parece basarse única y exclusivamente en la celebración de la tan nombrada Conferencia Política que, esperemos, no resulte como aquel parto de los montes que acabó alumbrando un ratón.

Evidentemente, no podemos estar en contra de un proceso de reflexión colectivo. Antes bien, es imprescindible para que un proyecto político tenga un contenido reconocible, pero yo creo que hay dos problemas básicos. Por un lado, que plantear soluciones de normalidad en tiempos anormales, puede acabar conduciendo a la melancolía y al desencanto, ante una formulación teórica que no ofrezca soluciones directas a los problemas acuciantes del momento y, por otro, que el hecho de no acometer a la vez o, mejor aún previamente, la renovación de los liderazgos, puede ocasionar que nos encontremos con un modelo esplendoroso y modernísimo que no tenga al volante el conductor adecuado.

Pero aún puede ser peor y resultar que ni siquiera, desde el punto de vista estratégico, el planteamiento sea el adecuado. A mi modo de ver, el Partido dos Socialistas de Galicia, una vez concluido ahora el proceso de renovación con la figura de Besteiro al frente, se encuentra en un punto cómodo que le permite encarar con tranquilidad y una militancia satisfecha, la construcción de un armazón ideológico, orgánico y electoral que le permita ofrecer a los ciudadanos gallegos una alternativa real, basada en problemas reales, de cara a los procesos electorales del 2015.

Por el contrario, un Partido Socialista que deja la renovación de la dirección a momentos próximos a dichos procesos, se puede encontrar con un partido que, teniendo el trabajo ideológico hecho, cuente con una militancia entretenida en otros menesteres porque, o bien está dividida entre varios candidatos, o aún peor, está desencantada porque no aprecia capacidad de renovación. Eso sin contar con que no te cojan con el pie cambiado. Y si no, que se lo pregunten al Partido Popular de Andalucía.

Por otro lado, tampoco parece que sean  esos los momentos idóneos para que, entre distintos candidatos o distintas candidaturas empiecen a brillar los cuchillos en la oscuridad, como suele suceder.

En cualquier caso, es a mi juicio un mal endémico del actual modelo, y no sólo en el Partido Socialista, el hecho de que las élites de los partidos supongan un freno a las renovaciones y aún más a las renovaciones que provienen de las bases. Y ese mal endémico lo que viene a suponer siempre es, por un lado, una especie patrimonialización del propio partido que se considera propiedad privada de una élite, que como tal y, por mucho que se afirme lo contrario de manera retórica, se resiste al paso atrás. Y, por otro, supone un alejamiento gradual y progresivo de las bases y de la ciudadanía que se acaban considerando un mero instrumento al servicio de esa actividad elitista y de su fortalecimiento.

Evidentemente, un partido de izquierdas, por definición, no puede ni debe mantener ese tipo de actitudes.

Juan Santiago