Al ver las fotos de Zapatero en la presentación de su Dilema, arropado por un ultrasonriente Tony Blair –que, por cierto, me recuerda cada día más al Jocker de Nicholson– no puedo dejar de tener la sensación de que el ex presidente diseñó el acto del Círculo de Bellas Artes como un fin de fiesta de su gira promocional que le permitiera, además de un buen puñado de ventas, el acceso VIP al selecto club de los jarrones chinos internacionales.

Supone, además, una metáfora desdichada de un final desgraciado. La caída de Zapatero, producto del 12 de mayo, vino dada por la aceptación inequívoca del valor irremediable de los postulados neoliberales. Ante una crisis producida por la desregulación de los mercados financieros, las recetas a aplicar no vienen dadas desde los postulados clásicos de la socialdemocracia, sino que vienen impuestas por los representantes en la tierra de esos mercados y sus verdades inmutables. Para personalizarlo, nada mejor que la sonrisa Netol del más conspicuo representante de la Third Way, el amigo de Aznar, Tony Blair, señor de la guerra y auténtico mamporrero del neoliberalismo.

La confusión entre liderazgo y caudillismo
No creo equivocarme al pensar que, al ver las fotos, muchos militantes socialistas curtidos en cien campañas puerta a puerta y que dieron su tiempo y su crédito a un Secretario General en el que confiaron hasta el 12 de mayo, han tenido una sensación de repugnancia y cierto sentimiento de haber sido traicionados.

Sobre todo, al ver como el pájaro de las Azores, este nuevo vizconde de Valmont,  se atreve a dar lecciones de patriotismo y a hacer algo tan sospechoso como confundir liderazgo con caudillismo. Se coloca él y coloca a Zapatero no en el espacio del líder que dirige y representa a su país sino en el del caudillo que adopta las decisiones que él sabe que le convienen a su país, seguramente por la gracia de Dios.

Del mismo modo que la primera legislatura de Zapatero no se merecía el final de la segunda, tampoco ese final se merecía que viniera a epilogarlo un personaje como Blair y que, además, esta presencia fuera bendecida tan ampliamente por tanto ex pasado, presente y futuro, en un acto puramente comercial.

Las bases sobrevivientes siguen atónitas el desfile preguntándose dónde están los nuestros. Lo malo es que son cada vez más los que piensan que nunca van a llegar.

Juan Santiago