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Son estos tiempos de confusión, en los que nadie parece tener nada claro. Bueno sí, tal vez haya algo en lo que todos coincidan. Puede ser que en lo único en lo que todos están de acuerdo es en aquel dicho de viejos hidalgos que aconsejaba sostenella y no enmendalla.

Así, una especie de tormenta de tozudez se ha desatado en todos los niveles arrasando con las escasas reservas de sensatez que nos quedaban, igual que el fuego se empeña en dar una nueva dentellada a las escasas reservas de futuro que le van quedando a esta pobre y abandonada tierra del occidente de Asturias.

En Moncloa el registrador que ejerce de Don Tancredo sigue aferrado al sillón como si nada hubiera ocurrido, como si el veinte de diciembre hubiera sido un enojoso trámite a cumplimentar y que, una vez pasado, como el sarampión, ya se puede volver al colegio a seguir con el curso donde lo habíamos dejado. No hay más que ver la prepotencia y sentido de la propiedad que supone el hecho de convocar a los electos en la sede de la Presidencia del Gobierno cuando esas reuniones entre candidatos –y Rajoy es uno más – deberían celebrarse en las sedes de los partidos.

Se prepara para la segunda vuelta, convencido de que lo importante para ganarla es mantenerse donde está. Nunca olvida que el que resiste gana.

A la tozudez se une aquí la desvergüenza y el juego del viejo trilero dando alpiste a los canarios, mientras se prepara para la segunda vuelta, convencido de que lo importante para ganarla es mantenerse donde está. Nunca olvida que el que resiste gana.

En Barcelona, el rey Arturo da vueltas a la mesa redonda del Consell Executiu como pollo sin cabeza no se sabe si huyendo de la CUP, de la propia dignidad o de acabar entre rejas en caso de no ser President. Tal vez sea esto lo único que le une con Mariano: el convencimiento de que cuando te despojan del poder te sobreviene un súbito ataque de debilidad judicial del que ambos tratan de huir como de la peste.

La tozudez de Rivera, el protagonista de lo que yo llamo la operación Papelera, se circunscribe a leer una y otra vez, como el alumno repipi, el guión que los dueños de la cosa le entregaron tres días antes de las elecciones, una vez cumplido, aunque a medias, su papel de tierno estadista regenerador.

Por la izquierda, llena de miradores de ombligos propios, la cabezonería es una mezcla de cuchillos desenfundados, de líneas rojas, de quítate tú para ponerme yo y de miopía política y social que olvida la composición del voto del día 20 y que parece dispuesta a que siga gobernando el partido de Bárcenas, de Gürtel, de Púnica, de la cueva de Alí Babá, del jefe de la banda y de la omertà siciliana.

Quizás no se están dando cuenta de que hay quien lleva jugando desde la noche electoral a la única baza cierta que arrojó el resultado y que no es otra que unas nuevas elecciones. También hay gente que parece no darse cuenta de que la caída por la pendiente lleva ya algunos años acelerándose y que, finalmente, el descalabro será monumental si se cumple aquella Ley de Murphy según la cual todo lo que es susceptible de empeorar, acaba empeorando.

Cómo será esto de la tozudez que hasta aquí, en casa, en el pueblo, la presunta nueva política nos ha traído vientos cabezones que se pretenden resistencia numantina ante el arcaico y oxidado invasor.

¡Cuán rápido se transmuta uno en el viejo hidalgo que antes que enmendalla, tira de espada o de falta de gallardía para sostenella!

El problema está en que se es hidalgo, sí, pero viejo.

Juan Santiago