Una vez pasada la jornada del 13 de julio en la que los militantes socialistas acudieron a votar por primera vez a su Secretario General, toca, necesariamente, analizar lo sucedido. A aquello que decía mi madre de “Dios nos guarde del día de las alabanzas” habría que añadir ahora un “Dios nos libre del día de los análisis”. Pero toca y no hay más remedio que hacerlo.

Quede claro desde un principio que, si Pedro Sánchez es ratificado por el próximo Congreso socialista, asumirá el liderazgo del PSOE dotado, inicialmente, de una legitimidad que no es hoy poca cosa en un panorama político español en el que algunos consideramos lícito cuestionar más de una de las legitimidades de gobierno que se dicen ostentar.

Pero, dicho esto, el proceso y sus resultados nos dejan de manifiesto una serie de circunstancias y consecuencias que es bueno estudiar.

En primer lugar, el propio proceso. Como tal, hay que decir que ha sido claramente positivo reafirmando a quienes sostenían – o sosteníamos – que no sólo no era perjudicial desde el punto de vista estratégico, como manifestaban algunos barones y adalides de los métodos orgánicos, sino que, en sí mismo y aparte de su resultado, ha supuesto una mejora de la imagen que, hacia el exterior, proyectaba el propio partido. El haber salido del enrocamiento orgánico ha producido para ese partido una frescura y una proximidad a la sociedad que ha aireado de manera notable el ambiente de cueva oscura en el que se le veía sumido.

Circunstancia ésta que no debe ser perdida de vista de cara al cuestionamiento que ya se produce en cuanto al proceso de primarias. El PSOE ha abierto la ventana a sus militantes para que estos insuflaran el aire fresco y ahora toca abrir el balcón a toda la sociedad para que ésta se encargue de barrer la niebla que aún flota. ¡Ojo con cerrarlo o con abrir sólo una rendija porque el error puede ser mortal de necesidad!

el hecho de que estemos ante un proceso positivo no debe hacernos olvidar que se han cometido errores

Pero el hecho de que estemos ante un proceso positivo no debe hacernos olvidar que se han producido en él errores, no sólo de procedimiento sino también de concepto.

Entre los de procedimiento se halla el hecho de que hayamos asistido a un proceso “antiguo”, más anclado en los tiempos de Corcuera en el Ministerio del Interior que en los que nos ofrece el estado actual de la tecnología. Dejando a un lado la fecha elegida, que parecía propuesta por un enemigo de la participación, o el mal funcionamiento de la web habilitada para resultados, saturada, lenta y poco accesible, nos hemos encontrado con circunstancias ciertamente chocantes como es el hecho de que los militantes no pudieran acceder previamente a comprobar su inclusión en el censo, a fin de poder efectuar reclamaciones, o el hecho de limitar el tipo de votación a la presencial en un plazo a veces de dos horas. Alguien deberá explicar por qué no se utilizaron herramientas, hoy de uso común, que hubieran permitido votar on line y en un plazo dilatado a aquellos militantes que así lo hubieran solicitado. Solamente con estas correcciones hoy estaríamos hablando de una participación superior en unos cuantos puntos a ese 66% que, de manera sorprendente y general, es considerado todo un éxito.

Pero lo peor del procedimiento está en que ha sido un reflejo claro de la estructura piramidal del partido.

Muchos – yo mismo – cometimos el error de pensar que la votación podía resultar muy distinta al proceso de recogida de avales. Pensaba yo de forma equivocada que una cosa era suscribir un aval que el secretario general de la agrupación correspondiente le ponía delante al militante, forzándole de alguna manera a poner su firma, y otra bien distinta iba a ser el acto íntimo de la votación sin condicionamiento alguno.

De ahí que para mí haya sido una sorpresa el hecho de que, prácticamente, la elección haya reproducido de manera casi mimética el proceso de recogida de avales. Una sorpresa producida, sin duda, por mi propia ingenuidad y por el hecho de no haber tenido en cuenta el enorme peso que en el partido socialista tiene su propia estructura. Una estructura en forma de pirámide escalonada que deja caer de arriba abajo todo el conglomerado de decisiones que adopta la élite superior y que acaba siendo recogido por el resto de los escalones. Es lo que yo suelo llamar la relación entre aparatos y aparatitos que se retroalimentan.

Por eso fue enormemente interesante la propuesta que hizo Eduardo Madina en el debate  (propuesta que pasó casi inadvertida) para hacer algo que algunos venímos diciendo hace algún tiempo y que no es otra cosa que invertir el orden de los congresos. Actualmente, en el PSOE el orden de los congresos va de arriba a abajo, es decir, primero se celebra el federal, luego los regionales y provinciales y por último los locales con lo cual, cuando las presuntas cuestiones llegan a la base, todo el pescado está ya vendido y casi podrido, es decir que queda poco por decir como no sea amén.

Pues bien, lo que no tuvimos en cuenta y que, desde mi punto de vista, ha puesto de manifiesto esa correlación entre avales y votos, es la prevalencia de una estructura enquistada que se hace valer y que tiene reflejo en prácticas “poco democráticas” que se producen en el seno de algunas pequeñas agrupaciones como, por ejemplo, el “olvido consciente” de normas que pueden resultar molestas y que no hay acatar porque, como dicen en el occidente de Asturias “sempre se fixo” (siempre se hizo). Pero, cuidado, no vale achacarlo sólo a Andalucía o a otros territorios que han sido feudo de Sánchez porque también en los territorios “madinistas”, se reconozca o no, se han producido.

Tampoco se trata, por supuesto, de cuestionar la validez de los votos emitidos. Por mucha influencia que se ejerza desde los aparatos, la conciencia de cada cual debe ser capaz de discernir entre presiones expresas o tácitas y votos útiles o inútiles. En definitiva que, aunque sea necesario un cambio estructural, aunque la forma en que se articuló la recogida de avales haya podido incidir o aunque el proceso sea perfectible, Sánchez ganó y ahora es su responsabilidad reconstruir – que no reorganizar – un partido que se halla en su punto histórico más bajo de aceptación por parte de la ciudadanía.

Si su discurso pulido, reformista, contemporizador y políticamente correcto lo va a conseguir, lo vamos a ver en poco tiempo. Si, habida cuenta de que hay un sector claramente definido en torno a Pérez Tapias, va a ser capaz de aglutinar y de integrar a todos dentro de un proyecto claramente de izquierdas, lo dirán las próximas semanas. Si se va a alejar de los cantos de sirena de la derecha aduladora, tiene que demostrarlo cuanto antes. Y, lo más importante, si las facturas que tiene encima de la mesa las puede pagar a noventa o a ciento ochenta o, por desgracia para él, tienen que ser cash, nos lo enseñará el Congreso.

Estaremos atentos.

Juan Santiago