Es preocupante que algunos políticos traten de tapar sus errores o eviten el control mediante el discutible sistema de desprestigiar la acción política

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política destroza pueblos

El otro día, tuve ocasión de escuchar una frase que me dejó perplejo.

Literalmente, se decía: “En el momento en que entra la política en medio, los pueblos se destrozan”

Dejando a un lado la curiosa construcción sintáctica, lo primero que se puede pensar es que estamos ante el tópico característico que suelen utilizar quienes, de una manera generalmente vergonzante, no quieren significarse ideológicamente y se refugian en ese confortable acomodo del “yo soy apolítico”.

Pero el problema creo que no está ahí, ni en ese aire apocalíptico del destrozo de los pueblos al estilo Mad Max, sino que el verdadero problema está en el hecho de que esa frase se haya pronunciado en un pleno municipal y precisamente por quien ostenta la alcaldía. Es decir, por un político.

Podría parecer que nuestro político en cuestión quería referirse a la política partidaria como la causante del terrible desastre, pero, claro, tampoco parece muy lógico en quien ha obtenido la alcaldía, precisamente, a la sombra y al amparo de un partido político de esos que ahora se llaman del ciclo bipartidista, por lo cual tendremos que concluir que lo que, en realidad, se pretende cuando se predica así el descrédito de la política es evitar que pueda existir confrontación con las decisiones de esa alcaldía que son, claro, decisiones políticas. Vamos, que no nos lleven la contraria.

O lo que es lo mismo, que se destrozan los pueblos cuando entra en medio la política… de los demás

Un peligroso tufillo autoritario

La cuestión es peligrosa porque indica un tufillo autoritario que se compadece muy poco con un auténtico dirigente democrático, propuesto por un partido democrático y que se presenta ante los ciudadanos y los poderes públicos arropado por esas siglas.

No parece razonable que ante la crítica o la labor de control propia de la oposición frente a decisiones o procedimientos que pueden haber sido erróneos y que no se explican adecuadamente, se oponga como argumento que los proyectos que yo he impulsado son sagrados y que la política no puede entrar en ellos porque, si lo hace, se va destrozar el pueblo. ¡Nada menos!

Hombre, de ahí al pensamiento único y al partido único poco trecho nos va quedando.

Mal vamos si quienes ejercen de políticos se dedican a desprestigiar la acción política como forma de tapar el error o los malos resultados.

Salvo que lo que se pretenda sea marcar un territorio propio en el que los partidos ahora se consideren un estorbo que puede pedir explicaciones, transparencia o agradecimiento.

Un territorio en el que los proyectos se convierten en un elemento sagrado por la gracia de Dios y las decisiones quedan al margen de la crítica y el control.

Seguro que a algunos les suena de algo.

Juan Santiago