La pregunta obligada sobre el debate socialista es acerca de su utilidad. Finalmente, parece que ha sido útil para algo que quizás no era lo esperado.

 

para que sirvio el debate

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Es indudable que el debate del quince de mayo ha supuesto un hito en las formas políticas e, incluso, en la comunicación política. Nunca antes un partido se había abierto en canal públicamente de semejante manera. Nunca.

Nunca se había puesto de manifiesto con tanta crudeza el estado interno de una formación que aspira a llegar al gobierno de un país. Bien es verdad que hay que agradecer a los intervinientes esa sinceridad descarnada que no venía más que a ratificar lo que lleva meses poniéndose de manifiesto a través de ese púlpito global que forman las redes sociales.

¿Sirvió de algo el debate?

Debo reconocer que a mí el debate me interesó y que me parece un instrumento necesario porque, finalmente, los que van a votar tienen que tener en su mano todos los elementos de juicio que pueden influir en su decisión, aunque esos elementos puedan perjudicar la imagen global de la formación. Son los cuadros de ese partido quienes vienen obligados a poner los medios para que esa imagen no se vea perjudicada, nunca los militantes.

Pero, dicho esto, y dejando al margen la propia necesidad del debate, la pregunta es obligada ¿sirvió para algo el debate? O, mejor dicho, ¿produjo consecuencias prácticas el debate?

Porque, veamos: ¿Sirvió para tener un mejor conocimiento de los candidatos? ¿Aportó algo con respecto a ellos que no supiéramos? Yo creo que no. Los tres están suficientemente contrastados públicamente como para que resultara difícil alguna sorpresa en ese sentido.

Como entraron salieron. Sin añadir ningún matiz a su personalidad pública.

¿Sirvió, entonces, para que contrastaran sus proyectos políticos y aportaran alguna novedad al respecto? Tampoco. El proyecto de Sánchez estaba ya suficientemente explicitado, el de Díaz siguió sin explicitarse y, tal vez, López, introdujo algún pequeño matiz o sugerencia en una serie de intervenciones que, quizás, fueron las de mejor discurso. Poco más.

Entonces, ¿para qué sirvió el debate? Y la verdad es que no lo tengo especialmente claro pero, finalmente, creo que sí sirvió para algo: sirvió para demostrar de manera absolutamente clara y determinante el enorme error político y estratégico de quienes apostaron por una solución que podríamos definir como “mariana”. De Mariano, claro.

Una jugada maestra

Una solución que jugaba con la variable tiempo considerándola como el bálsamo redentor que había de curar todos los males y facilitar un nuevo advenimiento que mantuviera el viejo statu quo.

Así, simplemente con el paso del tiempo, se produciría la descomposición del cadáver arrojado a la cuneta y se volverían a ensamblar las piezas dejando el rompecabezas como siempre ha sido.

Pero no. La pantalla de la televisión arrojaba el 15 de mayo una imagen que dejaba bien a las claras que el tiempo reparador había convertido el proyecto en un retrato de Dorian Gray, aquel que envejecía en el lienzo.

Demostraba que los puntos de sutura no cicatrizaban sino que, después de ocho meses de estar con el culo al aire, lo que pasaba es que se infestaban y enseñaban que la carne tampoco va a sanar después del 21.

En realidad, el debate no fue otra cosa que el pistoletazo de salida de un 2017 que puede ser el auténtico annus horribilis socialista.

En las herrerías ya se afilan las espadas para el Congreso Federal, los cuchillos para los regionales y hasta las mazas para los locales.

La estrategia, como demostró el debate, ha sido buena. Aunque aún no sepamos para quién.

Y lo peor de todo esto es que ha servido para apuntalar a un gobierno corrupto e ilegítimo. (A este respecto, recomendamos Asociación de malhechores (el retorno) y Un gobierno ilegítimo)

¡Bien jugado!

Juan Santiago