El gran triunfo de la derecha económica y financiera no es su ascenso al poder, ni siquiera lo es su capacidad para afianzarse en él y expandirse. Lo realmente importante, aquello que la ha convertido en problema global y, como se dice ahora, sistémico, ha sido su capacidad para crear un arma de destrucción masiva que la está llevando bajo palio hasta la conquista de todos los objetivos de esta última fase del capitalismo en la que entramos tras la caída del muro de Berlín.

El arma, de gran sutileza en muchos momentos, ha sido la creación de una especie de telaraña pegajosa que ha ido descendiendo sobre toda la sociedad, capturando a todos los estamentos que entraban en contacto con ella, como moscas despistadas, quedando definitivamente atrapadas y listas para ser vampirizadas y contribuir, así, al engorde de la gran Araña.

Esa inmensa y global spider´s web, tejida por unos pocos dioses desde su particular Olimpo, ha caído de manera muy decisiva sobre dos de aquellos estamentos que son los que tienen una mayor capacidad de influencia sobre el resto, a través de dos de los instrumentos básicos para obtener el sometimiento: la propaganda y la administración.

La cuestión es saber si podemos escapar de una red tejida a base de mediocracias

Los dioses, sabedores, del poder de captación de los mass media y de la no menor importancia del panem et circenses, extendieron la red sobre información y entretenimiento, creando grandes grupos mediáticos, sometidos directamente a su poder financiero, que, una vez consolidado el monopolio, estaban listos para esparcir las verdades reveladas e inmutables que, convertidas en las nuevas tablas de la ley, conducirían sin remedio a la masa hacia la urdimbre de la pegajosa tela. Se establecía así la primera de las mediocracias a las que me refiero en el título.

Por otro lado, y como los dioses no son idiotas, se dieron cuenta de que necesitaban succionar la capacidad de decisión, el mecanismo que había de establecer el marco regulador de toda la actividad económica y productiva y de que necesitaban hacerlo manteniendo una apariencia democrática que los ocultara de las miradas y que infundiera un sentimiento de posesión de libre albedrío  entre los sometidos.

Para ello, nada mejor que establecer una nueva y doble mediocracia. Por un lado y mediante distintos mecanismos de persuasión, irían igualando el contenido de los mensajes políticos hacia una línea media, llena de terceras vías y de concesiones a las élites, hasta hacerlos intercambiables dentro de la ortodoxia que establecían las tablas de la ley y establecer una cierta estabilidad de recambio.

Y, por otro lado, como para el mantenimiento del statu quo, no es necesario ni conveniente un exceso de perspicacia y de capacidad analítica, convinieron en que la administración debía recaer en los más mediocres, en aquellos que, cebados convenientemente, estarían siempre dispuestos a hacer lo que hay que hacer, sin cuestionar a los habitantes del Olimpo y sacrificando al becerro de oro todo aquello que fuera menester.

Y en ello estamos. Atrapados en la red, a merced de la gran Araña y sus provechosas mediocracias, buscando resquicios en la tela o afilando cuchillos para cortarla. La pregunta es ¿podemos?

Juan Santiago