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Las últimas revelaciones – mejor sería decir afloramientos – acerca de cargos medios del Partido Popular dedicados en cuerpo y alma a la intermediación, a la presunta consultoría internacional, al testaferrismo puro y duro de cargos más altos o, en definitiva, a la búsqueda del enriquecimiento por el pelotazo, prevaliéndose de la posición adquirida a través de la estructura del propio partido, ponen de relieve algo que algunos están empeñados en que parezca como algo normal o, incluso, natural: que esa estructura de partido se ha consolidado a lo largo del tiempo como un enorme lobby de mil tentáculos dedicado a conseguir para sus directivos posiciones de poder que sirvan a la obtención de fortunas personales.

La existencia de este lobby de mil tentáculos es relevante porque pone el foco sobre un elemento básico como es la legitimidad

La cuestión, cuando está en marcha la campaña electoral de unos comicios trascendentes, es absolutamente relevante porque coloca el foco sobre un elemento básico del poder político como es la legitimidad.

En efecto. Las preguntas surgen a borbotones. ¿Puede una estructura de esas características estar habilitada para gobernar, es decir, liderar, un país que sólo es contemplado como objeto de saqueo o instrumento de perpetuación en el poder?

Es más ¿puede esa misma estructura competir de manera justa en unas elecciones que se dicen libres?

O aún peor ¿puede considerarse legítimo el resultado que salga de esos comicios?

La situación – y de ahí el título – me recuerda la posición de partida del cuento de los tres cerditos. El gran y feroz lobby, prepotente, poderoso, hambriento y decidido a comerlo todo, soplando para tratar de dejar reducidos a escombros a quienes se interponen en un camino que ya no tiene retorno.

Soplando y soplando con todo el poder adquirido para acabar con las casas de paja y de madera en las que tratan algunos de refugiarse ante el vendaval de corrupción y ventajismo.

Al final, y es la moraleja del cuento, lo único que detiene al desvergonzado lobby es que los tres hermanos se refugien juntos en una buena y sólida casa ante la que el rufián, al no poder destruirla soplando, se decida a entrar por la chimenea y acabe escaldado.

Juan Santiago