La memoria, el recuerdo de todos aquellos que fueron torturados y asesinados, de todos los represaliados por aquellos golpistas que instaturaron un régimen de terror en España, es una luz capaz de levantar todas las nieblas y telarañas que áun penden sobre nosotros.

memoria desvelo el sol

La mañana estaba tapada en niebla.

De hecho, cuando dejamos el coche para dirigirnos hacia la casa de Amago, en Vilela de Abaixo, comentamos que sería difícil que pudiera levantar.

Frente a la casa, junto al pequeño estrado que se había levantado para la ocasión, nos fuimos concentrando un grupo de unas doscientas personas dispuestas a rendir homenaje a Clemente Amago, torturado y asesinado por haber cometido el intolerable delito de haber ejercido de alcalde votado por sus vecinos.

Algunos, como es mi caso, también llevábamos en la alforja la memoria de otros que sufrieron la misma suerte que Clemente y a los que sólo podemos rendirles esta especie de homenaje por persona interpuesta.

La niebla seguía envolviendo la mañana mientras se sucedían la música, las peticiones de perdón, los poemas o los reconocimientos institucionales.

Pero llegaba el momento de materializar el recuerdo, de dar ese paso más allá que supone convertir ese recuerdo en algo corporal. Fue entonces cuando se obró ese pequeñísimo milagro que convertía la mañana melancólica en luz radiante para alumbrar la memoria.

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Fue justo en el momento en que se iba a descubrir la placa que, unida a un castaño hueco, ya honra a Clemente, cuando el huidizo sol de la mañana se imponía a las nubes para ayudar a desvelar el nombre del mártir grabado y perpetuado en un tronco que recuerda a la infamia y la delación.

La metáfora de la luz que se abre paso entre la niebla es muy poderosa.

Conocemos el horror de las tinieblas, de la grisura impuesta por un régimen asesino, de los lutos silenciosos que tantos y, sobre todo, tantas tuvieron que vestir.

Conocemos la oscuridad de las noches que sólo dejaban ver el fogonazo de los disparos y apenas permitían adivinar el encalado de las vallas de los cementerios.

Conocemos el negro del alquitrán que acababa en las cunetas plagadas de cuerpos rotos.

Pero también conocemos la luz.

La de tantos seres humanos que no están dispuestos a vivir en el miedo.

La de tanta buena gente que se niega a olvidar porque saben que sólo el olvido mataría a los que ya no están.

La luz de la solidaridad, de la justicia y de la fraternidad, puestas como escudo frente a la barbarie y la iniquidad de verdugos, cómplices y delatores.

Por eso salió el sol en San Tirso.

Para espantar la niebla que trata de sepultar el recuerdo de aquellos a los que privaron del calor de los suyos.

Como Juan Corvillo, asesinado en las tapias del cementerio de San Rafael de Córdoba, junto a varios miles de inocentes, o como Clemente Amago, que hizo el milagro de que apareciera el sol para espantar a la niebla en San Tirso.

Juan Santiago