La dimisión por razones de ética personal al reconocer que se está en minoría, es algo que merece un respeto al margen de que se esté o no de acuerdo con las razones

la grandeza de quedarse en minoría

 Puedes escuchar el contenido de este artículo a través del player 

Le escuchaba el otro día a un ex político local algo con lo que estoy básicamente de acuerdo y que tiene mucho que ver con la esencia del juego democrático. Venía a decir que, cuando te quedas en minoría y te das cuenta de que tus proyectos suponen un problema para los miembros de tu equipo, lo correcto es ser consecuente y marchar.

Desde luego, no le falta razón aunque yo añadiría que tan correcta y democrática como esta opción es la de asumir que quedas en minoría y ponerte al servicio de las posiciones mayoritarias, trabajando para llevarlas adelante. Sin duda es mucho menos estética que la primera pero tan decente como ella y, posiblemente, más útil.

Ejemplos de ello se producen todos los días en el juego político. Pensemos por ejemplo en el caso de Iñigo Errejón, quedando en minoría y permaneciendo en un proyecto que no es exactamente el suyo, o en ejemplos más cercanos de personas que, en un momento determinado, han quedado en minoría y han seguido aportando lo que podían al proyecto global en el que estaban.

El valor de la ética personal

Pero, en cualquier caso, yo siempre he valorado enormemente a quien es capaz de dejar un cargo por razones de ética personal. Puedo estar o no de acuerdo con su posición, con el momento de hacerlo, con las formas o, incluso, con el propio hecho de la dimisión, pero, en todo caso, me merece un respeto que, por cierto, no puedo sentir hacia aquellos que ponen, por encima de todo y de todos, el amor por el cargo.

no es fácil ni agradable reconocer ese momento en el que debes decidir entre quedarte y marchar

Y me merece respeto porque sé que no es fácil ni agradable reconocer ese momento en el que debes decidir entre quedarte y marchar y que tampoco es fácil asumir tu posición minoritaria, sobre todo si has tenido, aunque sea poco y local, algo de eso que se llama poder.

Por eso, la gente con menos escrúpulos democráticos antepone el cargo a la ética y está dispuesta a mantener a toda costa su poder aunque sea sabiendo que está en minoría. Es desgraciadamente habitual ver a gente que es capaz de cualquier engaño, triquiñuela o maniobra con tal de que su posición se imponga aunque no sea mayoritaria.

Esa es la diferencia. Por eso se agradecen y se respetan, más allá de las discrepancias y de los motivos más o menos ajustados a la realidad, los gestos que responden a unas razones de ética personal

Los escenarios a evaluar

Entrar en la acción política, y más en estos tiempos de descrédito de una función tan honorable, supone siempre una decisión complicada en la que es necesario barajar, antes de adoptarla, todos los escenarios posibles. Son muchos esos escenarios, pero son dos, sobre todo, los más difíciles de evaluar: el de la derrota y el de la dimisión. Casualmente, los dos tienen mucho que ver con el fracaso y con el hecho de quedarte en minoría.

Si alguien me preguntara cuál me parece más difícil diría que el segundo, la dimisión.

Y es que la derrota es complicada pero se acaba asumiendo. Sin embargo, el adiós es más amargo porque toca aspectos más íntimos: la amistad, el compañerismo, la lealtad  o el compromiso.

En realidad, perder pierde cualquiera pero dimitir sólo está al alcance de quien es capaz de reconocer, en un momento determinado, que las cosas y las personas han cambiado y que tu sitio ya no es el que era.

Es ese preciso momento en el que te das cuenta de que a alguien le es más fácil dejarte caer que aguantarte.

Juan Santiago