rita maestre

 

Iba a empezar diciendo que me sorprende encontrar a toda la banda dedicada a la caza de los rojos que han tenido la osadía de okupar sus ayuntamientos. Pero mentiría porque no me sorprende absolutamente nada. Es más, tengo el convencimiento de que lo antinatural sería que no lo hicieran.

Pero aún así, hace falta mostrar claramente que no estamos dispuestos a comulgar con sus ruedas de molino.

Es imprescindible mostrar que quien acusa a Rita Maestre de “ejecutar actos de profanación en ofensa de los sentimientos religiosos” y le pide la pena máxima que establece el artículo 524 del Código Penal por haber participado en un acto pacífico de reivindicación de la laicidad del estado mediante la ocupación (“asalto” dicen los cazadores) de una capilla destinada al culto católico que está dentro de un centro universitario público, está disparando contra todos los que creemos en un estado laico y en la necesaria erradicación de cualquier tipo de símbolo que pertenezca a cualquier tipo de confesión religiosa que se pueda encontrar en centros dependientes del estado.

Se dispara contra quienes estamos convencidos de que mucho más peligrosas que los «cuerpos semidesnudos» mostrados por las “asaltantes” son las pelotas de goma lanzadas, contra inmigrantes que se ahogan, por orden de un ministro tan sumamente confesional como ese que, mientras se viste de sayón sectario, justifica que las concertinas de la valla desgarren las carnes de los que huyen de la guerra y la miseria.

O mucho menos peligrosas que ese arma de expoliación masiva en que han convertido al Registro de la Propiedad para ponerlo al servicio de una determinada confesión religiosa que, además de no pagar los mismos impuestos que el resto de los ciudadanos, se ha podido permitir hacer rapiña de bienes ajenos.

Todos esos que se pusieron tan estupendos con el “Je suis Charlie” y la libertad de expresión, son los mismos que ahora se muestran tan sumamente ofendidos y utilizan los culos de los nuevos concejales para pegarles patadas a las nuevas corporaciones que han “profanado” sus templos municipales.

Ellos, sus medios de manipulación masiva y algún tonto útil del tipo Carmona que da la impresión de que está como la tía Sabina.

Hay que decir con claridad que no es equiparable la desvergüenza con el activismo, ni el expolio de los bienes públicos  con la reivindicación. Que podrán criminalizar en leyes presuntamente democráticas una cosa tan molesta como la expresión de ideas que no están de acuerdo con sus catecismos, pero que eso no va a impedir que las mareas suban cuando llega la hora.

Juan Santiago