Para entender a Don Mariano conviene no fiarse de las apariencias. Es mejor mirar lo que le rodea.

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Dicen los marianólogos, gente ilustrada que trata de arrojar luz sobre uno de los misterios más profundos de la reciente historia de este país, que para tratar de adivinar los secretos que sin duda se esconden debajo de una imagen aparentemente anodina, gris e irrelevante, hay que mirar no para él, sino para aquellos de los que se rodea. Sostienen que sólo así se puede creer que existe una imagen poliédrica allí donde sólo se ve algo tan sumamente plano.

Afirman los estudiosos del fenómeno marianero que lo primero que hay que hacer para ir entendiendo con quién nos jugamos los cuartos, es echar una visión de conjunto sobre los componentes de la primera guardia pretoriana que rodea al amado líder. Es decir, el gobierno. Eso nos servirá para darnos cuenta de que no estamos ante alguien zafio o desclasado, sino frente a una persona de orden que valora como inexcusable la finura del titulado.

Una gente finísima

Así, no encontrarán ustedes junto al imperturbable a gente soez o de baja extracción como sindicalistas o peritos. Junto a él, Registrador de la Propiedad, sólo toman asiento Abogadas del Estado, altos funcionarios, ingenieros, diplomáticos, algún catedrático y algún juez. Fíjense cómo será la cosa que puestos a tener vinculación con alguna bebida, se sienta en el Consejo de Ministros, la señora Montserrat, que fue nada menos que Presidenta de los Jóvenes Cofrades del Cava. Puestos a brindar, ya se sabe.

Bueno, también está Doña Fátima Báñez, pero de ella y de la creación de empleo ya hablaremos.

Pero aparte de esta primera visión global sobre la condición del impermeable, los estudiosos afirman que en las profundidades de su alma y de su intelecto existen unas cualidades que nunca afloran en propia persona sino que se proyectan a través de determinados personajes a los que él designa para que actúen por él. Y cuando hablamos de personajes, hablamos, precisamente, de eso, de personajes, de característicos que dirían en el cine. Por ejemplo, seguro que ustedes nunca dirían que Don Mariano es un pijo, pero eso no quiere decir que no lo sea dentro de esa personalidad poliédrica, sino que lo que hace es buscar como proyectar su pijerío a través de otro. Por ejemplo, el señor Guindos. Perdón, De Guindos.

Por cierto, ¿no se han fijado ustedes en la cantidad de ministros que anteponen el De a un apellido? Hasta cinco cuento yo.

Don Cristóbal y el Portacoz

Pero, vayamos más allá. Si se fijan ustedes, en la literatura, en el teatro y hasta en las marionetas, los autores suelen siempre plantear dos arquetipos primarios: el gracioso y el broncas. Pues bien, gracioso, lo que se dice gracioso, no parece el bueno de Don Mariano, salvo en los trabalenguas y, por otro lado, pendenciero y arrimahostias tampoco es bueno que parezca. Pero, ¿eso quiere decir que no estén en él esas condiciones?

Los expertos afirman que sí  y sostienen que no de otra forma se puede entender que haya designado y mantenga junto así a dos especimenes que respondan tan bien a esos tipos.

Por un lado, Montoro, Don Cristóbal, que hasta tiene nombre de títere lorquiano. Gracioso hasta más no poder. Capaz de reírse hasta de una sentencia del Tribunal Constitucional que le saca los colores y que mira a los contrarios con los ojillos haciéndole chirivitas mientras les reprende.

Y qué decir del portacoz. Perdón, del portavoz. Ahí es donde el Gran Timonel ha echado el resto. Ahí está la esencia mariana. Don Rafael, Rafa, para los amigos, es en realidad más tierno que Heidi pero… qué quieren, tiene que portar la voz de su amo y tiene que proyectar tanto el ofrecimiento de mamporros como su pecho viril para consolar tiernas jovencitas que es, seguramente, lo que le pide el cuerpo al apocado jefe.

O sea, que, como dicen los que saben, si quieres ver a Mariano, mira lo que tiene a mano.

Juan Santiago