Rubalcaba y Cayo LaraLograr un gran pacto entre todas las fuerzas políticas y sociales españolas, ante la situación de emergencia que se vive, se ha convertido en el auténtico tema del momento para los medios de comunicación y las redes sociales.

Sin embargo, lo que tenía sentido en el período comprendido entre 2010 y 2012 y hubiera supuesto, sin duda,  un punto de inflexión en esta deriva que nos conduce de manera inexorable hacia el desastre, carece hoy de cualquier posibilidad real de materializarse con un mínimo de coherencia.

En primer lugar, porque ello conllevaría el reconocimiento del fracaso por parte de una derecha que, además, dejaría inconclusa la tarea de desmantelamiento del estado del bienestar que le ha sido adjudicada. Eso sin contar con que le supondría la necesidad de tener que abjurar de postulados técnicos e ideológicos que ha defendido como auténticas verdades reveladas, sin que la tozuda realidad haya sido poco menos que un molesto estorbo.

De ahí que las escasas llamadas a la concertación, hechas con la boca pequeña desde el partido del gobierno, no hayan sido otra cosa que apelaciones a la adhesión y al sometimiento al paradigma dominante que,  para acreditar su voluntad de pacto, deberían hacer las fuerzas de izquierda.

Puestas las cosas así, y visto que hay una mayoría social de rechazo a esta locura programada para empobrecer a los ciudadanos, hay que decir que sí hay en estos momentos un espacio para el acuerdo que es imprescindible que se explore. Un espacio que cuenta ya con soportes de práctica política, que deben servir como lubricante para ese acuerdo, y que daría a la sociedad ejemplo y esperanza ante la posibilidad de nuevas políticas alejadas del pensamiento único, de las verdades inmutables y del “hacemos lo que tenemos que hacer”.

Naturalmente me estoy refiriendo a que es necesario que las fuerzas políticas y sociales que aún representan posiciones que se identifican con la izquierda, pongan en marcha mecanismos de concertación y debate que fijen unos mínimos ideológicos y políticos que permitan ofrecer a los ciudadanos de este país un horizonte distinto de los nubarrones de tormenta que hoy se ciernen sobre todos nosotros.

La izquierda española, de manera muy singular el PSOE, pero también el resto de fuerzas y coaliciones, tiene una deuda con esa ciudadanía que está obligada a satisfacer. Estoy convencido de que si se percibe en la calle que, de verdad, otra política es posible y que las ideas para conseguir mejoras reales en las condiciones de vida de las personas, pueden aportarse fuera del dominio de quienes sólo buscan el beneficio de las clases dominantes, el horizonte tenderá a abrirse y los ciudadanos podrán tener ante sí algo distinto a la oscuridad que viene de Mordor.

Eso es responsabilidad en estos momentos de la izquierda, de toda la izquierda. Por ello, es exigible que esa izquierda se olvide de perder el tiempo ante los cantos de sirena de la derecha y se ponga a buscar la concertación donde, de verdad, puede haberla. Sin miedo a las etiquetas o a las descalificaciones. Ya sabemos lo que van a cantar los corifeos y demás compañeros de viaje, pero este país,  sus instituciones democráticas y, sobre todo, la dignidad de sus gentes están en juego.

Juan Santiago