La crisis abierta en el PSOE está produciendo grandes desgarros que hacen aflorar ejemplos de dignidad y coherencia.

la crisis del psoe y la dignidad de un buen hombre

 

El drama que representa el PSOE y que se deriva del enorme divorcio que existe entre los aparatos y la militancia, se vive especialmente a través de los pequeños detalles, en las calles de los pequeños pueblos o en las asambleas de las pequeñas agrupaciones.

Es decir, en aquellos ámbitos en los que no es posible disimular o esconderse y en los que las lealtades políticas y los fundamentos ideológicos forman parte de la vida cotidiana y de las conversaciones de barra de bar.

No es malo que así sea porque, a fin de cuentas, esa especie de desnudez nos hace más reales. De hecho, estoy seguro de que si la soportaran todos estos mandarines de culo caliente  que tejen lealtades a su antojo, otro gallo socialista nos cantara.

En relación con esos dramas, que son minúsculos para el pontificado de alguna vieja gloria que se dedica a impartir doctrina con superioridad cardenalicia, he tenido el privilegio de asistir estos días a un ejemplo de dignidad política y personal que para sí quisieran alguno de los muertos vivientes a los que les han retirado la lápida.

He asistido y lo cuento por dos razones: la primera, porque creo que es justo honrar de manera pública a quien lo merece y, segunda, por si pudiera ser que cunda el ejemplo.

Así, en Vegadeo, un pequeño pueblo del Occidente de Asturias, hemos podido asistir al hecho de que el Secretario General de su Agrupación Socialista presentara la dimisión a sus compañeros, convencido de así debía hacerlo. Sin más.

Estamos ante un hombre de probadas lealtades, un hombre de esos a los que se llama “de partido”, una persona fundamentalmente fiel a esa causa en la que cree, que ha tenido que asistir al palo de la disciplina hasta quedarse solo frente a la posición de sus compañeros, acosado por problemas propios y dejado caer sin apoyo. Un hombre, un buen hombre, que se planta ante los miembros de su agrupación y, cargado de emoción, presenta su dimisión porque cree que es lo que debe hacer para ser coherente consigo mismo.

No nos sobran los casos de apuestas personales por la dignidad

No sobran los casos de apuesta por la dignidad. Sé lo que ha tenido que costarle el paso que ha dado. He negociado, discutido, reñido (políticamente) y trabajado con él durante bastantes años. Por eso soy consciente del desgarro y por eso creo que, como de bien nacidos es ser agradecidos, hay que resaltar el ejemplo de dignidad que ofrece.

Como la perfección no nos es dada y como todos tenemos algún cadáver dentro del armario, no es el momento de ponerse estupendo, ir a buscar el hacha y liarnos a hacer leña. No faltarán leñadores entusiastas que lo hagan. Es el momento de la coherencia.

Por eso, estoy seguro de que, ahora mismo, en muchos otros pueblos, otras buenas gentes, leales, disciplinadas y con el corazón a la izquierda, están sintiendo un desgarro ante una situación que les aleja, por un lado, de sus sentimientos y, por otra, de sus amigos.

En ellas reside, ahora mismo, la posibilidad de supervivencia de una organización partida en la que jarrones chinos, muertos vivientes, conversos de última hora y mandarines de medio pelo, convertidos todos juntos en una nueva Congregación de la Santa Fe, no quieren que se esparzan libremente las cenizas.

Se pongan como se pongan, siempre nos quedarán las buenas gentes. Yo, por lo menos, he visto el ejemplo y doy las gracias por ello.

Se las doy, públicamente, a un buen hombre.

Juan Santiago