La marea socialista es hoy una sucesión de olas ilustres que tratan de alejarse, como sea, de un Secretario General que ellas mismas crearon.

 Pues sí, bienvenidos al club, pero lo siento por vosotros. No tenéis derecho a quejaros ni a poneros dignos de cara a la platea porque la culpa es vuestra y sólo vuestra. Vosotros os lo inventasteis. Vosotros creasteis el referente más endeble que este partido ha tenido nunca y de poco valen ahora vuestras lágrimas de cocodrilo.

Uno se dedicó a encumbrar al que había utilizado años atrás para que le llevara el botijo. Otros le crearon la voz y la cara. Otros, sencillamente, se apuntaron al carro ganador para conservar su aparatito y otros muchos nos pusimos orteguianos con aquello de “no es esto, no es esto”.

Porque no era esto lo que necesitaba el alma en pena en que se había convertido el Partido Socialista. Necesitaba, es cierto, savia nueva, pero también rectificación de las herejías neoliberales. Necesitaba el regreso real a las calles donde la gente no para de expresar que no se sienten representados. Necesitaba expulsar del templo a los mercaderes y necesitaba, sobre todo y sin trampas, dar a la gente la voz para que dijera quién debía llevar la manija.

Ahora os ponéis estupendos y os sentís traicionados por aquél a quien ahora consideráis un mindundi. Ahora, cuando la gente se ha marchado y otros se apropian del mensaje que nunca se debió abandonar, nos ponemos profesorales para afirmar que para socialdemócrata yo. Pues muy bien, pero nadie se lo cree.

Ahora, más de uno vuelve a afilar la navaja esperando que llegue junio y pueda cortar el cadáver, pero para entonces todo puede ser carne putrefacta que no dé ni para un caldo.

Enhorabuena. Lo habéis hecho muy bien. A mí, la verdad, no es que me guste decir aquello de “ya lo decía yo”, entre otras cosas porque fueron muchas las voces que pusieron de manifiesto que no era ni la persona ni el procedimiento, pero os lo habéis ganado a pulso. Aquí lo dijimos. Otros muchos lo dijeron y lo escribieron, pero aún así, los aparatos se alinearon como los planetas y se alumbró el golem sin saber si existía el manual de desactivación.

Eso sí, discreción compañeros no sea que, cuando todo acabe, la gente vaya a cuestionar tanto postureo.

Como diría Bernarda Alba:

Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen!

La tragedia puede estar en que ni siquiera haya un amanecer en el que den dos clamores las campanas.

Juan Santiago