La bicefalia política ha sido una seña de identidad del socialismo asturiano y se ha revelado a lo largo del tiempo como fórmula de éxito.

bicefalia

 Puedes escuchar el contenido de este artículo a través del player 

El Congreso de la Federación Socialista Asturiana ha puesto de manifiesto, además de alguna tensión que siempre es consustancial a este tipo de procesos, dos aspectos, a mi juicio interesantes, que conviene analizar.

Por un lado, una más que clara renovación de la organización, tanto en el aspecto ideológico como en el generacional, y, por otro, una vuelta al sistema de bicefalia que ha sido el normal en la FSA si descontamos los últimos cinco años en los que Javier Fernández ha encarnado de manera simultánea la Secretaría General y la Presidencia del Gobierno Autónomico. Esto es bueno recordarlo en un momento en el que hay determinados estamentos que alertan, como si de un peligro se tratara, del hecho de la separación de las dos funciones dentro de la misma organización, olvidando que, en los últimos treinta y cinco años, esto ha sido lo habitual frente al modelo único.

Indudablemente, esa puesta al día ideológica que tiende a potenciar los valores más de izquierda de la organización y el importante proceso de renovación personal y generacional – que nunca es fácil de llevar a cabo – tienen una gran importancia por cuanto suponen el soporte que la militancia ha querido dar a la acción política del socialismo asturiano para los próximos años.

Qué es y qué no es

Pero a mí me gustaría hacer hoy más hincapié en ese retorno al modelo de bicefalia tradicional con el fin de reflexionar sobre su propio alcance y sobre la realidad o no de las sombras que se pretende arrojar sobre él.

Lo primero que hay que decir es que el hecho de tener dos cabezas nunca puede ser malo en sí mismo si tenemos en cuenta que eso supone disponer, a la vez, de dos cerebros. Y que, si esos dos cerebros están medianamente bien amueblados, la capacidad de análisis sobre los distintos aspectos de la realidad se multiplica y se amplían por tanto las opciones a tener en cuenta.

¡Ojo! nada tiene esto que ver esto con aquellas clásicas o primitivas esculturas bifrontes en las que dos cabezas se unían por detrás mirando cada una en sentido opuesto a la otra sino que, metafóricamente, debe estar más en la línea de esas imágenes de animales con dos cabezas en las que ambas miran al frente ampliando su campo de visión y teniendo que coordinarse para tirar de un único cuerpo en una única dirección.

Mucho menos tiene aún que ver con las dos mentes alojadas en la misma cabeza que antiguamente se entendían como propias de la esquizofrenia y que hoy sería un trastorno de identidad. En ese caso sí que tendríamos un problema porque, según parece, los síntomas serían tan poco favorables para la acción política como distorsiones de la realidad, errores en el tiempo, amnesia o crisis de pánico.

Vamos, más o menos como lo que venimos soportando estos días por parte de algún alto gobernante.

Un mismo objetivo

Pero volvamos a la auténtica bicefalia. Dos cabezas pensantes y un único objetivo. Una única dirección. Eso es lo básico. Lo básico es que las cabezas están unidas a un tronco común y que, por tanto, las divergencias en el enfoque, que las ha de haber en tanto en cuanto estamos hablando de personas que se suponen serias y formadas, tienen por necesidad un momento de solución previa a ponerse en marcha. De modo que si una da una orden en una dirección y la otra en una distinta, invariablemente el cuerpo se cae. Si a esa necesaria coordinación añadimos una buena distribución de funciones, no parece que estemos realmente ante un problema.

Por otro lado, no hace falta señalar al Partido Nacionalista Vasco como un claro ejemplo de éxito de la bicefalia política porque el propio socialismo asturiano lo es en igual medida. En los últimos treinta y cinco años, sólo cinco ha estado fuera del gobierno de Asturias y sólo otros cinco se han unido en una sola persona la Secretaría General y la Presidencia del Gobierno. El sistema, por tanto, parece estar suficientemente contrastado.

Ahora bien, también es posible que en esos treinta y cinco años nunca la situación de fragmentación política y el horizonte electoral hayan sido tan complejos como ahora.

Eso, a mi juicio, quiere decir que el problema no estará en el sistema en sí y sino en la finura que se aplique a su tratamiento.

Y en eso tenemos que estar.

Juan Santiago