consejo empresarial 3

¡Loado sea el Señor! Al fin, el sagrado Consejo Empresarial para la Competitividad se nos ha mostrado a los pobres mortales.

Y os digo que lo ha hecho como se mostró el Maestro a los discípulos. No en la carne pútrida y miserable del cuerpo mortal, sino adornado del olor a santidad que se advierte en el cuerpo glorioso.

Lejos del sagrado Consejo las miserias cotidianas que afean el andrajoso cuerpo físico y más lejos aún la contingencia de que esas miserias corruptas tengan algo que ver con el esplendor y la gloria del cuerpo espiritual en que han reencarnado los santos padres competitivos.

Reparad hermanos en cómo el fastuoso sanedrín reúne en todos sus diecisiete miembros aquellas cualidades que desde el Concilio de Trento la doctrina ortodoxa y verdadera establece para los cuerpos resucitados y gloriosos.

Cuatro son las propiedades:

  • Impasibilidad o carencia de dolor y sufrimiento. ¿Algún descreído puede advertir en su sereno rostro algún resto de dolor o sufrimiento ante la innoble situación a la que ellos pretenden aplicar sus sabios remedios? ¿Acaso no hay en ellos serenidad y buen juicio atribuibles, sin duda, a su falta de culpa en los pecados que aquejan a la funesta plebe?
  • Agilidad, que confiere al cuerpo glorioso la capacidad para ir al instante donde el alma desee. Nadie podrá dudar de que estos padres amantísimos si por algo han caracterizado su devenir terrenal ha sido por su milagrosa capacidad para poner sus santas manos allí donde su alma lo deseaba. Hidrocarburos, electricidad o comunicaciones, que todo sirve a la mayor gloria del Señor.
  • Sutileza, es decir, la cualidad que permite mostrarse, si es preciso, atravesando cuerpos materiales. ¿No atraviesan sus sabias propuestas palacios, ministerios, gobiernos o sindicatos? ¿No funden sus mandamientos a esos pecadores sumergidos que corrompen las bases de la sacrosanta economía de mercado y de los que ellos nada saben?
  • Y, sobre todo, claridad. La belleza, la esplendidez, la brillantez, el esplendor, en suma, que adornan sus nobles y masculinas figuras. Tan sabios, tan por encima de los tristes mortales, sucios y deformes. Tan investidos de una sabiduría que ilumina sus nobles apariencias con un fulgor divino. Ni fondos, ni ministerios, ni estudiosos pueden alcanzar la claridad y belleza de sus sabios pronunciamientos, deslumbrantes e inmarcesibles.

Ante la dicha que supone la contemplación de una tan fastuosa visión, sólo nos queda la esperanza de que, algún día, cuando suene la trompeta final, “porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (S. Pablo. Corintios 15:52) podamos resucitar en cuerpo glorioso para sentir con más proximidad el divino aliento competitivo y la ejemplar presencia de los santos y bondadosos padres del buen Consejo.

Leopoldo Buiza